Capítulo IV.

 Luego de hurgar entre las ropas del armario, logre encontrar los pantalones de montar, que acerté en suponer tendría. Lo suficientemente cómodos para cabalgar o moverme con mayor libertad. Y a pesar de que ello posiblemente se debía a una futura preparación en equitación, que ya poseía, por supuesto, no era esa mi intención cuando me calce aquellas gruesas telas. Ni cuando me colocaba las botas, o cuando ajuste por delante el corsé de cuero sobre la holgada camisa de algodón, e incluso mis pensamientos iban más allá cuando salí por las puertas de mi habitación, tratando de ser lo más discreta y silenciosa posible.

Sin embargo, mi fortuna todavía era escasa.

Clim venía tras de mí. Sin animarme a voltear, me aleje por los pasillos tratando de recordar, con mi escasa memoria, las vueltas que había dado cuando me guiaron hace ya dos días hacia las habitaciones... Tres soldados me cortaron el paso con sus espadas alzadas. Sus miradas ceñudas no dejaban dudas de sus intenciones; un paso más y sería rápidamente cortada.

—¿Dónde crees que vas?

Las fuertes manos de Clim aprisionaron mis hombros, jalándome ligeramente hacia atrás, transmitiéndome su calor y enfado por igual.

—¿General?...

—Yo me encargo —gruñó a sus hombres.

Con un brusco tirón me volteo, sujeto mi codo y comenzó a arrastrarme de vuelta, lejos de los soldados.

—Esp-espera... y-ya me siento mejor... —balbucee tratando de no gimotear, pero sone desesperada.

—¡Que bien! —El enfado y la sorna en su voz, quitaron cualquier posible atisbo de amabilidad en sus palabras.

Él ya no es mi Clim, me recordé.

—¡Suéltame, Clim!

Se detuvo de golpe, casi dejando mi rostro estampado en su espalda. Por un breve momento creí que mi grito había surtido efecto, pero la tensión en sus musculoso era evidente. Rodeándolo como mejor pude, vi a una muy enojada Noemia interponiéndose en nuestro camino. Su mirada destellaba en un rojizo que perfectamente podía rivalizar con los ojos de Clim, pero cargado con una base distinta al Fuego.

—¿Dónde quedó nuestra conversación, Clim?

Temblé involuntariamente ante el veneno en su voz al decir “Clim”, casi como si fuera un insulto.

—No me vengas con tu mierda, Noem...

Ella extendió una mano con la palma hacia él y en una fracción de segundo vi como caía varios pies atrás, empujado por una fuerza invisible. Para mi fortuna, sus dedos se deslizaron de mi codo sin siquiera un jalón.

—Te lo advertí —canturreo Noemia, alcanzando mi mano.

Me jaló tras ella por un pasillo, obstruyendo las maldiciones que comenzaba a vociferar Clim, y antes de que terminase de comprender lo que sucedía, nos adentramos por una abertura que apareció en una pared. Los estrechos corredores de piedra por los que caminamos, subían y bajaban, abriéndose y curvándose por aquí y allá, a la leve y escasa luz de unas pocas antorchas. Solo me soltó una vez que salimos hacia un salón, con la luz más intensa golpeando mis ojos. Pestañee ante el brusco cambio, divisando tras un momento la figura de Noemia junto al trono... donde Ambon permanecía sentado.

Su trono.

Era el salón del trono. Noemia me había llevado por medio Palacio a través de pasadizos secretos, hasta el trono del Rey.

Titubeante, di un par de pasos hacia ellos… hasta que la atención de Ambon dejó al hombre de rodillas frente a él, enfocándose en mi. Noemia susurró junto a su oído, y estuve a punto de perder el equilibrio cuando él me sonrió, e indicó con una mano que me acercase.

Traté de mantener mis pasos firmes hasta que estuve frente a él, a un par de pasos del hombre que entonces observe mejor. No aparentaba más de treinta años, oscuros ojos cual carbón y cabello dorado, en un cuerpo grueso e imponente. Su ceño fruncido se profundizó al conectar con mi mirada, y voltee hacia el Rey titubeando un par de segundos antes de bajar la cabeza en una reverencia que mi cuerpo sentía tan común.

—Buenos días, Lady Amace. Lady Noemia me contaba que ya se siente más repuesta —dijo, con aquella calma y gentileza que parecía tan habitual en él.

—Buenos días, majestad. —Le salude, viendo de reojo la sutil sonrisa de Noemia—. Es verdad, ya me encuentro en condiciones de comenzar mi entrenamiento.

Tras decir aquellas palabras, me percate de que eran ciertas. Me hallaba mejor. No excelente, no como debería sentirse una Bletsun en forma. No, me sentía como debía sentirse cualquier persona al volver del mismo Abismo.

—Majestad —dijo el hombre, con su penetrante y ronca voz concordando a su apariencia—. ¿Es ella? ¿En verdad permitirá que este monstruo viva?

—¿Tienes la osadía de cuestionar las decisiones de su majestad? —gruñó Noemia, recargando su cadera contra el trono mientras que Ambon observaba al hombre impávido.

—¡La bruja no merece piedad!

Alzándose con brío, el hombre sujetó la empuñadura de su espada, una que solo entonces vislumbre.

Antes de que pudiese comprender lo que sucedía, más que un poco asustada por la furia del sujeto, fui apartada por una fuerza invisible hacia un lado del trono, justo cuando Noemia daba un paso al frente y alzaba sus manos. El hombre se elevó sobre nuestras cabezas, agitándose en infructuosos intentos por desenvainar su espada.

—¿Osas cuestionar las decisiones de tu Rey? ¡¿Tú?! ¡Sucia rata! —rugió, con su molestia resonando dentro de mi cabeza.

Me sentí abrumada por un miedo completamente nuevo, mientras que el hombre subía más hacia el alto techo. Tal demostración de poder erizó mis cabellos y enturbió mi estómago.

—Suficiente Noemia, deja a Márkoh. Asustas a Lady Amace. —La voz del Rey atenuó con rapidez la pesada energía que provenía de ella.

Con brusquedad, dejó descender a Márkoh sobre la alfombra azul plata, provocando que este cayera de espaldas gruñendo groserías.

—Tío Márkoh, usted mismo lo dijo una vez. Un Rey debe tomar decisiones difíciles, aunque estas no apetezcan al pueblo. —Le dijo Amboln, recargando su espalda en el trono.

El hombre, príncipe Márkoh de Real, se puso de pie tambaleante.

—¡Pero esto es una insensatez! ¡Está asediado por estos engendros!

La rabia que de repente me asaltó, fue diezmada por una externa. Viendo hacia las puertas del salón vi claramente un ardiente contorno sobre Clim, quien fulminaba con su mirada llena de palpable odio a Márkoh, llamando finalmente la atención de Noemia y su majestad Ambon.

—¿Clim? —murmuró Ambón, con un atisbo de preocupación.

—Mis disculpas la interrupción, majestad. —Se inclinó levemente Clim, para luego acercarse con pasos firmes.

El Rey asintió una vez, volviendo su atención a su tío, quien comenzaba a verse colorado y sudoroso.

—Queridísimo tío Márkoh, le recuerdo que la ley no le protege en caso de provocación a un Bletsun... —Su mirada rápidamente viajó de Clim a Noemia— o dos.

Casi me sentí ofendida por mi obvia exclusión en aquella cuenta, pero el sentimiento se desvaneció ante la fuerza de Clim.

—¡Pertenezco a la familia Real de Radwulf, no pueden tocarme sucios...! —Su voz pareció ahogarse, e incapaz de moverse, frunció el ceño con altivez hacia Noemia.

—Clim, llevad a Lady Amace hacia el atrio y que Lesson se encargue de su adiestramiento. —Le ordenó con firmeza el Rey, a lo que Clim me observó ceñudo.

Sin embargo mantuvo su distancia de mi.

—Majestad…

—Es una orden, General Clim. —Le cortó, con una extraña firmeza que no pude obviar.

—Sí, majestad —dijo lentamente, inclinándose en una reverencia forzada.

—No olvidéis desayunar luego, Lady Amace. —Me dijo Noemia, sin quitar su mirada de Márkoh, todavía enmudecido.

—S-sí —asentí reticente, tratando de no observar a Clim—. Con vuestro permiso. —Me incline ante Ambon, quien asintió aun observando a Clim, y pase junto al príncipe Markoh, sintiendo su  mirada llena de odio sobre mi.

Clim se despidió con una ligera reverencia, adelantándome poco después. Al dejar el salón del trono, las miradas confusas, asustadas y molestas de los soldados con los que cruzábamos nuestro camino, dejaron un ácido sabor en mi boca.

Tratando de memorizar el camino, para distraerme de cualquier otro pensamiento, llegue a la conclusión de que el Palacio bien podía llamarse laberinto. Largos pasillos que parecían no tener fin, escaleras hacia lo alto, lo bajo, puertas, ventanas, jardines interiores con uno o dos jardineros agrupando las piedras, tallando las fuentes, colocando semillas o simplemente podando los arbustos sin hojas. Al virar en una lejana esquina junto al jardín exterior, vi la gran estructura del atrio principal. Sus pilares de piedra alzándose hacia el cielo, coronados por velas gruesas azul violáceo con el escudo de Radwulf en medio. Un arco de oro con grabados de espadas sobre la R de plata, y debajo una estrella de cinco puntas azul oscuro. Sencillo y renovado como todo Radwulf.

Subimos los tres escalones de la entrada más cercana, con el replicar de unas espadas haciendo eco. En medio de aquel rincón, tan ancho, largo y alto, soldados en descuidadas ropas luchaban con espadas entre sí. Al fondo, unas largas mesas eran custodiadas por un puñado de Doncellas que cuchicheaban, lanzando miradas a cada hombre sudoroso en el atrio, o sirviéndoles agua y algunas frutas a los más cercanos.

Clim cruzó hacia donde se hallaba Lesson. De pie a un lado, con una camisa holgada un poco desabotonada, pantalones oscuros y una espada colgando de sus caderas, observaba a los soldados con atención y estoicismo.

—Lesson. —Le habló Clim a pocos metros, atrayendo su atención.

—¿General? —Le frunció el ceño luego de darme una mirada.

—Su majestad ha ordenado que le des adiestramiento. —Medio gruñó Clim, señalándome con un brusco gesto.

—Claro —murmuró, en un tono que cambió luego de darme una sonrisa—. Buen día, Lady Amace, ¿ya se siente mejor?

Clim soltó un gruñido antes de dar media vuelta y alejarse hacia las mesas.

—Si... ¿Usted me adiestrará? —Le pregunté algo nerviosa, centrándome por primera vez en los juveniles rasgos de aquel soldado.

Sus ojos de un claro azul…

—Por supuesto, y será todo un placer. —Se inclinó tendiéndome una mano, con una sonrisa gentil.

—Gracias.

Le di mi mano, sintiendo su calidez con cierta molestia que simule lo mejor que pude.

—Por aquí, entonces. —Me guió hacia la mesa conjunta a donde Clim bebía agua, sin quitar sus ojos de nosotros—. ¿Ha desayunado?

Sacudí la cabeza en negativa a su pregunta, no sabiendo si eso había estado bien en mi situación. Tantos años desde la última vez que había ejercitado mi cuerpo, no estaba segura de poder retomar sin problemas la actividad.

—Bien, para empezar, eso es precisamente algo que debe recordar.

—¿Qué?

—No está acostumbrada a la actividad física, por lo cual es preferible que mantenga su estómago lo más vacío posible. —Soltó mi mano, cogiendo el vaso que una doncella muy sonriente le entregó—. No querrá terminar con su desayuno en el suelo.

Me tendió el vaso, sonriendo a la mueca que hice ante la idea. ¿Devolver el contenido de mi estómago? No, gracias. Completamente desagradable.

—Adelante, beba. —Me indicó.

Acerque el vaso a mis labios, aspirando el dulce aroma a arándanos.

—Huele bien —murmuré, inclinando el vaso hasta que mi boca se llenó de aquel líquido algo espeso pero frío.

Un bienvenido frío.

—Le ayudará a no perder tantas energías y líquido.

Me guiñó un ojo, bebiendo de su propio vaso. Una vez termine con todo el zumo, me indico que para comenzar debía estirar mis músculos, y lo hice tal como iba señalando. Los soldados en aquel rincón del Palacio, y a esa hora, no hacían más que preocuparse por lo suyo y observar de vez en cuando a su alrededor, apenas deteniéndose en mí.

Después de las diez vueltas alrededor del atrio, Lesson me hacía preguntas sobre los movimientos que Balkar me había enseñado durante mi infancia, entretanto me corregía en como alzar la espada, agitarla e incluso sostenerla para evitar que cayera de mis manos. Eso, fue mi primera lección. La primera de muchas, donde Lesson refresco mi memoria y enseño nuevos movimientos, e incluso platicaba conmigo sobre las pocas cosas que sabía de aquellos diez años.

Sin saber muy bien como o porque, me había ganado un amigo.

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