Capítulo VI.
Tras haber leído las primeras hojas, solo podía sonsacar la cadencia en la voz del Balkar en mis recuerdos. Su gentileza y paciencia siempre eran algo que aprecié, y aún aprecio de un hombre que dedicó años a educarme en lo más importante para alguien como yo. El control.
Anhelaba esos días que jamás, ni en los humillantes momentos en que Clim me trataba con tal desprecio y molestia, se apartaban de mi mente.
Estaba sumida en un trance, continuando mis días tras un velo de interacciones y sonrisas lejanas al interior de mi pecho. Lejanas a la verdad que hasta entonces no permitía obtuviese el control… El dolor, el profundo e inmenso dolor de la realidad golpeándome de frente.
Clim no era mi Clim. El calor que tanto tiempo anhele ansiaba destruirme. Me hallaba sola, sin familia, sin hogar... sin amor…
Solo resta vivir.
Observando por el rabillo de mi ojo, vislumbré la figura de Clim medio oculta por el grueso pilar de un arco. Su firme porte, no carente de la belleza que siempre supe tendría, se mantenía firme, de brazos cruzados con su ceño fruncido y la mirada perdida en un punto lejano frente a él. Por mucho que doliera, no tenía más opción. Aferrarme a los conocimientos del maestro Balkar y dar todo de mi, o mantener a un hombre en mi sombra, que obviamente preferiría perecer en el fragor de una batalla.
De pie, suspiré y me encamine hacia donde él estaba, justo cuando el replicar de unos apresurados pasos resonaron en nuestra dirección. Cyna y Lyssa aparecieron junto a Clim, algo agitadas.
—¡Lady Amace! —exclamó Cyna, con un tono bastante severo en su reproche—. ¿Por qué se ha marchado de los aposentos de Lady Noemia sin escolta?
—Y-yo...
—Venga, milady —dijo Lyssa, sujetándome de un brazo con una sonrisa, acercando su mano libre al libro...
—¡Espera!
El grito de Clim llegó unos segundos tarde. Del punto en que Lyssa había tocado el libro, chispas de color verde intenso se extendieron envolviéndola, mientras gritaba dolorida. Su agarre se afianzó, pero yo no sentía nada fuera de su fuerza, y las sacudidas de su cuerpo.
Un fuerte brazo me jaló lejos de su agarre, sacándome del estupor en que me vi inmersa.
El cuerpo de Lyssa cayó como peso muerto sobre el empedrado. Cyna gritó pidiendo ayuda. Clim me soltó y se inclinó sobre el cuerpo de la chica de largo cabello castaño, que siempre me regalaba sonrisas sinceras, que buscaba lanzar pullas a Cyna solo para verla tartamudear sin lograr replicar.
¿Qué ocurrió?
¿Yo le hice esto?
Temblando sobre mis piernas endebles, vi como dos soldados llegaban y seguían las órdenes de Clim, llevándose en brazos a Lyssa. La pobre Lyssa...
Todo se volvió negro...
~~~•~~~
Cuando abrí los ojos, lo primero que note fue el agradable aroma a menta. Luego recordé a Lyssa.
Sentada de golpe, sentí como mi estómago se revolvía casi devolviendo mi desayuno sobre la alfombra marrón de Noemia. Estaba en su habitación, y ella me observaba desde el pequeño sofá enfrente con una taza humeante tendida hacia mi.
Pestañeando con prisa, respire hondo y recibí su taza con manos vacilantes. El líquido caliente era lo que olía a menta.
—Lo siento —susurró.
Encontré su mirada, confundida. ¿A qué se debe aquello? Pero antes de lograr preguntar, con mis labios titubeando abiertos...
—Olvide decirte que nadie debía tocar el libro. Solo es para ojos Bletsun, lo siento, no tengo excusa —dijo con voz apagada y su mirada en sus manos, que se cerraban en puños sobre sus faldas.
—¿Qué? —susurré, viendo del apenado rostro de Noemia al líquido dorado en mis manos, y de vuelta.
—Lo lamento tanto —gimió, fregando su cuello con ambas manos—. Pero lo arreglaré. Bebe la infusión, Amace. Necesito que me acompañes.
Se puso de pie, y esperó a que terminara de beber el cálido y dulce líquido, para luego conducirme hacia una de las paredes de su sala cubierta por un lienzo. Abrió la puerta oculta detrás de este, mostrando uno de los pasillos escasamente iluminados por los que caminamos en silencio hasta llegar a un pasillo exterior, donde Cyna daba vueltas.
—¡Lady Noemia, por favor! ¡Tiene que haber otra solución! —Se abalanzó desesperada hacia Noemia, sujetando sus hombros.
—Cyna, tranquila —Le pidió ella.
—Pero...
—¿Lady Noemia?
Una mujer mayor se asomó desde unas puertas, siendo seguida por el grito agónico de una mujer que traspasó la pared de piedra, estremeciendo cada hueso de mi cuerpo. Medio aturdida, seguí los apresurados pasos de Noemia hacia el interior, donde un par de mujeres sujetaban sobre un estrecho lecho a Lyssa, muy agitada y evidentemente dolida.
Ella se acercó al lugar apartando silenciosamente a las dos mujeres con un solo gesto. Ya a su lado, hizo señas instándome a ir hasta ahí. Pero, a un paso… el suelo bajo mis pies se cubrió de una gruesa capa de hielo, lo que instintivamente me llevó a dar un paso atrás.
—Está bien, Amace. Clim no puede acercarse más, y es precisamente eso lo que necesito. —Me explicó, extendiendo una mano hacia mi, que estreche renuente.
Di aquel último paso, sintiendo como el frío se filtraba desde el centro mismo de mi ser, extendiéndose hacia ella cuál manta maldita que buscaba herirle.
—¿Noemia?... —murmuré, con mi garganta cerrándose.
Los gemidos de Lyssa resonaban por toda la habitación, y un nuevo grito agudo pareció enterrarse profundamente en mi pecho. Pero entonces, Noemia colocó una mano sobre su perlada frente y cerró los ojos, al mismo tiempo en que ella se quedó quieta, dejando la habitación en completo silencio.
Los latidos resonaban en mis oídos y cada bocanada de aire era acompañada por el reflejo de querer retirar mi mano, tragada hacia lo más profundo de mi ser. Sin comprender qué ocurría, tan solo observé como la piel de Noemia se volvía pálida, mientras que Lyssa recuperaba color. Podía sentir como mis fuerzas intentaban eliminar el calor de su cuerpo, pero... por alguna razón eso no ocurría.
Tarde unos eternos minutos dilucidar la razón. En algún lugar, muy en el fondo de mi conciencia, sentía como las luces y sonidos eran agitados por un templado susurro. Casi, casi podía sentir el dulce aroma de las flores.
Alejando su mano de golpe, Noemia me arrojó a la realidad. Di un par de largos pasos atrás, viendo como respiraba agitada, con los ojos aún cerrados y sus temblorosos brazos envolviéndola. Sin saber qué hacer o decir, viendo que una de las mujeres se acercaba a Lyssa, tocando su frente mientras acomodaba las mantas sobre su cuerpo.
La mujer mayor, que poco después supe era conocida como la señora Bubilleú, ama de llaves de Palacio, sujeto a Noemia por la cintura y le ayudó a ponerse de pie. Mientras caminaban hacia la puerta, pasando a mí lado, sus ojos somnolientos se abrieron y me observaron. Un extraño dorado envolviendo sus pupilas.
—Gracias, Amace. Ya puedes volver con Clim —dijo ligeramente, y soltó un suspiro antes de dar el último paso hacia la puerta.
Podría jurar que agregó un “antes de que queme algo” mientras atravesaba el umbral.
—Yo... —murmuré, titubeando entre las ansias de refugiarme en el calor de Clim y la preocupación por Lyssa.
—Vamos, Lady Amace. Yo le acompaño —dijo Cyna, acercándose con ojos llorosos.
Di una última mirada a Lyssa, y permití a Cyna entrelazar nuestros brazos y conducirme de vuelta al pasillo.
—No-no comprendo —murmuré, dando cada paso con el corazón encogido.
—Lady Noemia extrajo los recuerdos relacionados al incidente de la mente de Lyssa —explicó Cyna en voz baja.
—¿Sus recuerdos?
—Si. Así pudo borrar el daño que aquel encantamiento dejó en su mente —agregó.
A lo lejos divisé a Noemia y la señora Bubilleú desapareciendo en un recodo, y poco después nosotras giramos por otro pasillo.
—No puedo ni imaginar las horribles pesadillas que va a tener —murmuró.
Me estremecí ante el pensamiento.
Unos metros delante y bajo la luz que entraba desde los ventanales, Clim se paseaba por el pasillo, frunciendo el ceño a los dos soldados que permanecían de pie con la espalda recargada en las paredes contrarias, delimitando hasta donde él podía avanzar. Su mirada cayó en nosotras suavizándose, para mi sorpresa, al mismo tiempo en que se detenía.
—Bien, nos vemos más tarde Lady Amace —dijo Cyna, soltándome, para luego dar media vuelta y regresar por el pasillo.
Esperaba que Clim gruñera o me arrastrase a mis habitaciones con brusquedad, pero en su lugar asintió y comenzó a caminar alejándose de los soldados y yo.
Suspiré y le seguí, inclinando mi cabeza en reconocimiento a los soldados que simplemente asintieron. Sus pasos largos casi me dejan atrás, pero logré mantener el ritmo mientras nos adentramos hacia una escalera en espiral, descendiendo hacia un pasillo escasamente iluminado. La oscuridad levemente atenuada por las antorchas, a eso de tres metros una de la otra, revolvían mi estómago apenas asentado por la infusión de menta. Necesitaba algo que me relajase. Pero entonces, nos vimos rodeados de puertas tras puertas, tras más puertas aún, y no sabía a dónde nos dirigíamos.
Finalmente giramos a la derecha en un recodo. Unos metros delante, comenzamos a subir otras escaleras en espiral.
Tenía la impresión de haber subido unos tres pisos, y no erré del todo. Para cuando dejamos las escaleras, nos hallábamos en una pasarela techada, que conectaba el edificio principal con otro mucho más pequeño al que nos dirigíamos.
Al otro lado, un pasillo se extendía de lado a lado, con sencillas escaleras al final de cada costado. En lugar de ir a alguna de esas escaleras, nos dirigimos a una de las habitaciones a la izquierda, que resultó ser un sencillo despacho. Sobre el escritorio varios papeles y libros sin orden alguno, libros en los amplios estantes y un sofá apostado contra una pared apenas decorada con una pintura de un volcán que reconocí enseguida.
Kuejt.
El sonido de un golpe atrajo mi atención de vuelta a Clim, quien tras el escritorio me observaba impasible. Baje la mirada lentamente, encontrando el libro del maestro sobre el escritorio. Titubeando, me acerque bajo su atenta mirada, esperando cualquier movimiento inesperado de su parte, pero llegue al escritorio y alcance el libro sin mayor reacción que un restregar de nuca. Su mirada vagaba de mi rostro al libro en mis manos y el escritorio.
Sentía que alguna palabra debía ser dicha, pero cuando abrí mi boca y mis labios se movieron… nada salió. No logré emitir el menor sonido antes de cerrar la boca y morder mi labio inferior con fuerza. Supe que no tenía nada que decirle. Todas las palabras que guardaba en mi pecho, solo serían enervantes para un hombre que ya no era mi Clim. No valía la pena lastimarme más. No más.
—Tenga más cuidado con eso —dijo, señalando el libro en mis manos sin verme a la cara.
—S-sí —susurré apenas.
—Lady Ama...
—Disculpe, General.
Un soldado en las puertas interrumpió a Clim, atrayendo mi atención a su agitada figura.
—Su-su majestad le-les solicita en sus aposentos —balbuceó.
—Enseguida. —Le gruñó Clim.
Di un vistazo a su rostro, estremeciéndome ante la furibunda mirada que le dirigía al soldado y el calor que manaba envolviéndonos. Recordé entonces, la facilidad con que Clim llegaba a enfadarse y quemar cuanto hubiese a su alrededor. El soldado balbuceo otra disculpa y se retiró prácticamente corriendo.
La fuerza de Clim se agitó un poco a mi alrededor durante el silencioso e incómodo minuto que transcurrió, antes de que volviese a hablar.
—Bien, vamos —murmuró.
Le seguí hacia el pasillo, viramos hacia la derecha hasta bajar por las escaleras, y ya en la primera planta logré situarme en un punto del Palacio. Estábamos cerca del atrio y los corrales, al final del sector en que se ubican las habitaciones de los soldados. Nos internamos entre los pasillos exteriores hasta virar a la izquierda en un recodo junto a un jardín interior, y luego por un largo pasillo hacia las escaleras bien custodiadas que llevan al ala de la Familia Real.
Ya arriba, los soldados saludaron con respeto a Clim y me observaron con ojos entrecerrados. Las grandes puertas fueron abiertas a nuestro paso, e ingresamos entonces a la sala privada del Rey, unas tres veces más grande que la mía, topándonos con una Doncella de claros ojos grises y gentil sonrisa que nos pidió la siguiéramos, internándonos a través de un pasillo a nuestra izquierda hacia el fondo. Las puertas que abrió, nos llevaron a un comedor con una larga mesa en medio, donde Ambon permanecía sentado frente a su plato. Tres Doncellas más jóvenes que la anterior, nos observaron con titubeantes sonrisas.
—Buenas tardes, Lady Amace, Clim. —Nos saludó el Rey, poniéndose de pie con una pequeña sonrisa.
—Buenas tardes, majestad —dije inclinándome hacia él, estremeciéndome un segundo después por el eco de mis palabras a la voz de Clim.
La sonrisa del Rey creció, ignorante del incómodo revuelo en mi pecho.
—Aún no habéis comido, ¿verdad? Acompáñenme —dijo, señalando la mesa con un ademán.
Sin poder emitir siquiera una palabra, me limité a asentir y seguí a una de las Doncellas, sentándome a la izquierda de Ambón. Deje el libro sobre el asiento contiguo, cubriéndolo con una servilleta como única precaución.
Clim, sentado frente a mi y a la derecha del Rey, se dirigió a él con algo de brusquedad.
—Noemia no se siente bien, ¿verdad?
—Si, me temo que le tomará algún tiempo —dijo, su atención sobre mi, no pareciendo obviar en mi apariencia—. Lady Amace, he escuchado que esta mañana sostuvo un interesante encuentro con el soldado Garb.
—No se si fue “interesante”, majestad —dije, removiéndome incomoda.
—No diga eso. Garb es uno de los mejores soldados y le habéis vencido en pocos minutos. Algo digno de ser admirado, ¿verdad, Clim? —dijo, dirigiendo su atención a las Doncellas. Con un casi imperceptible gesto, pidió que sirvieran la comida.
Clim asintió con la vista puesta en el caldo que una de las Doncellas dejó frente a él.
—Y mucho más sorprendente teniendo en cuenta que apenas lleva un par de semanas entrenando —acotó Ambon.
—¿Majestad? —La Doncella de ojos grises le habló dando un paso a su lado, justo cuando él alzaba su copa y bebía un poco—. Recuerde que es “apremiante”.
—Si-si. Discúlpame. —El rey dejó su copa sobre la mesa, y me observó con una media sonrisa—. Lady Amace, le presento a Lady Hazel de Duhjía, mi prometida.
Señaló a la Doncella de ojos grises, que… Dioses, no era realmente una "Doncella".
—Un gusto. —Me saludo con una cortés inclinación de cabeza. Sus mejillas sonrojadas.
—Oh, el gusto es mío —respondí nerviosa.
—Lady Hazel —continuó su majestad—, se encuentra a cargo de la reconstrucción de Duhjía, pero se ha encontrado con un enorme problema.
Asintió hacia Lady Hazel, instándole a hablar.
—Verán... —comenzó ella—, a pesar de que los hielos que cubren Duhjía han comenzado a derretirse, ello solo ha provocado que la corriente de los ríos Seisho y Gakï se desborde y divida por las bajas tierras, hasta formar dos nuevos lagos en este lado de Radwulf. Las corrientes no parecen cesar y los caminos han sido cortados. Si esto sigue así, las corrientes se abrirán camino hacia Hishka o…
Se detuvo, mordiendo su labio inferior con nerviosismo.
—¿O? —Le instó Clim con un tono ligeramente molesto.
—O la ciudad Real, Clim —dijo Ambon dándole una mirada, para luego dirigirse a mi—. Diez años de hielo acumulado no son fácilmente absorbidos por la tierra.
—Por ello... solicito su ayuda —continuó Lady Hazel, viéndose de repente más entusiasta—. Con vuestras fuerzas podremos evitar una catástrofe mayor.
Vi de reojo a su majestad Ambon, notando en la sonrisa que dirigía a su prometida, un inconfundible orgullo. Por lo que…
—Por supuesto —asentí, aceptando la extraña labor sin mayor titubeo.
—Lady Amace todavía no logra controlar sus fuerzas. —Medio gruñó Clim, frunciendo el ceño al Rey.
—Tenemos eso en cuenta, General. —Le aseguró Hazel, imponiéndose con una voz más segura y una sonrisa, que de alguna forma me alentó en la decisión que acababa de tomar.
Clim no parecía muy convencido con todo aquel plan que nos fue expuesto, pero el riesgo de una sustanciosa inundación en la ciudad Real y sus alrededores, no era ningún juego. Combinando mi disperso poder con el de Clim, podíamos lograr un amaine lo suficientemente fuerte de aquellas densas aguas, como para que los voluntarios provenientes de Tallneh, Zufhwyth, Wllnah y Hishka, tuviesen la oportunidad de crear desembocaduras artificiales hacia el mar al este de Radwulf. Se esperaba que ello, con cálculos de matemáticos incluidos, fuera lo suficientemente efectivo para detener el avance hacia el oeste, y de paso permitir al grupo de reconstrucción de Duhjía comenzar con lo suyo.
No existía mejor fuerza que la magia de nosotros para tal labor. Así que, con este plan desarrollándose, Clim y yo caminamos de vuelta a mis habitaciones en silencio. El revoloteo de mi estómago, siendo mucho más que nerviosismo.
—¿Noemia... estará bien? —pregunte finalmente, a pocos metros de las puertas que me separarían de él.
Tardando en contestar los eternos minutos que nos tomó alcanzar mis puertas y abrirlas, Clim se alejó de vuelta por el pasillo, murmurando un escueto sí.
Casi, casi podía jurar que él ya no me odiaba.
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