Capítulo XII.
Más de una hora después, y luego de bailar con todos mis conocidos y cercanos, evitando con destreza a los extraños nobles o no, que intentaban hablar o bailar conmigo, logré despedirme y volver a mis aposentos. Por alguna desconocida razón de la que no debía desconfiar, todo mi círculo cercano se interpuso con insistencia.
Les quería, pero esperaba que la razón detrás de mi repentino nombramiento como Virreina no fuese algo perjudicial.
Con mis pies doloridos y la cabeza palpitante, fui gratamente recibida por Lyssa y Cyna. Ambas se propusieron masajear los músculos adoloridos antes de dejarme desfallecer sobre mi lecho.
—Fue una sorpresa para todos, milady. —Asentía Cyna, mientras masajeaba mi nuca con aceites.
—Por supuesto. —Concordó Lyssa, deslizando sus dedos por mis doloridos pies, marcando con suavidad las cicatrices—. Y fue obvio que usted tampoco se lo esperaba. Podría jurar que su rostro parpadeo en tres tonos de pálido antes de ser coronada.
Dirigí mi mirada desde su sonrisa hasta la mesa a un par de metros de la tina de metal, en la cual reposaba la tiara. No tenía ánimo alguno de colocarla nuevamente en mi cabeza. Sin embargo, lo que en ese momento me mantenía inquieta eran sus atenciones.
Desde el primer momento permití que me asearan y vistieran la mayor parte del tiempo, pero ya comenzaba a ser más que incómodo. Había crecido como una campesina cualquiera, con la sola diferencia de mis fuerzas Bletsun, nada acostumbrada a ser tratada como una pieza frágil de cristal. Necesitaba sentir que no era una mimada presuntuosa. Pronto.
—Chicas —dije, deteniéndolas con mis manos alzadas—, gracias, pero estoy muy cansada. Ha sido mucho que asimilar este día.
—Oh, por supuesto —dijo Cyna, apartando sus manos de mi cuello.
—Bien, pero no se librará de nosotras, milady. —Lyssa dejo mis pies, con el entrecejo fruncido—. Ahora es la Virreina de Radwulf, y los mimos vienen incluidos.
Asintió, con Cyna uniéndose al gesto mientras se acercaba a ella.
Suspiré sonoramente y me puse de pie, el agua jabonosa escurría por mi piel y mi cabello se pegaba a mi espalda cual manta. Las chicas se acercaron con un par de baldes con agua tibia perfumada y lo dejaron caer sobre mi, quitando la espuma y restos de jabón, dejándome con un fuerte aroma a Lilys.
Pronto estuve envuelta en la frescura de un camisón y las mantas de la cama, refunfuñando por la renuencia de ambas a darme un trato normal. Estaba segura de que no soportaría tales mimos durante los meses siguientes en que estaríamos en Duhjía, aunque en el fondo sabía que debía acostumbrarme.
Virreina de Radwulf.
Me estremecí, cerrando los ojos en busca de la apacible inconsciencia.
~~~*~~~
Los días siguientes se llevó a cabo un constante revuelo por los preparativos de la boda real y el viaje adyacente. "Tomar las cosas con calma" era el recordatorio constante de Noemia, mientras me escoltaba de aquí para allá, en lo que Lyssa y Cyna alistaban mi equipaje y prestaban sus servicios al Palacio, ansiosas por participar en tamaña celebración.
Me dediqué entonces a repasar mis estudios acompañando su diligente tarea de elaborar el lazo de unión, compuesto por hilos de lana, lino y seda entrelazados, que es parte importante de cualquier ceremonia de matrimonio. Ya que ella era una de las tres jóvenes damas que serían “testigos” del hecho. Las otras dos muchachas, Mara y Lorret, eran las mejores amigas de Lady Hazel, y también sus Doncellas. Una amistad más que común. Entre las tres debían cruzar los hilos hasta crear un fuerte lazo que definiría si la unión era bendecida por los Dioses, o en el peor de los casos, se estropeaba o cortaba arruinando todo con un “esta pareja no” silencioso. A pesar del poco tiempo que tenían para trenzar cada hilo, llevaban más de la mitad.
Lady Hazel, precisamente, se hallaba junto a las ventanas que dan hacia el jardín central, un libro en su regazo, callada y sin dar muestras de querer charlar con nadie. Algo curioso, pero que no pareció importante para sus Doncellas y Noemia.
Suspirando, me decidí a preguntar por una inquietud que no podía espantar desde esa mañana.
—¿Noemia? —murmuré, su mirada se clavó en mí a pesar de no apartar su atención del hilo de lino en sus manos.
—¿Si?
—En la gran biblioteca hay un registro de todas las bodas celebradas en Palacio, ¿verdad? —pregunté lentamente, dejando que las palabras colgasen en el aire de la estancia.
Tras un par de parpadeos ella respondió.
—Si. En cada ciudad o pueblo hay una biblioteca o centro de registro, ¿por qué?
Desvié la mirada ante su escrutinio, no sabiendo si sería capaz de leer entre mis palabras lo que no deseaba decir. Confiaba en Noemia con mi vida, pero lo que estaba por preguntar era un tema muy enlazado a aquello que quería evitar y si hubiese sido posible, olvidar.
—Me preguntaba... —Trague con dificultad—, si la biblioteca de Quajk fue destruida.
—Oh. —Le oí murmurar.
—Sé que no me concierne, milady —Intervinó la suave voz de Lorret, atrayendo toda la atención—, pero mi hermano participó en la batalla de Quajk, y me contó que las únicas estructuras todavía en pie son unas pocas viviendas lejanas a la ciudad.
Sus tímidas palabras provocaron un revuelo en mi pecho. Cuando fui sacada de Quajk, mi atención estaba lejos de centrarse en mi alrededor. Quizás entonces hubiese notado la destrucción, la tétrica soledad que se asentaba sobre los soldados, quizá... sí mi corazón no hubiese estado rompiéndose a cada paso, habría dilucidado lo que mi frío causó.
—¿Tu hermano puede asegurar que no vio algún edificio en pie, Lorret? —le preguntó Noemia.
La joven asintió, viéndose ansiosa.
—Por supuesto. Él se hallaba bastante conmocionado por cómo se veía todo, estoy segura de que recordaría cualquier detalle por el que preguntase, milady. Siempre ha tenido buena memoria. —Corroboró con un efusivo asentimiento, dejando sus hebras de lana a un lado.
—Averiguaremos eventualmente, entonces —Me dijo Noemia—. La reconstrucción de Quajk ha sido dejada de lado por obvias razones.
Asentí, dejando salir un suave “si” entre mis labios.
—¿Tu hermano piensa ofrecerse para volver a Quajk cuando las reconstrucciones se lleven a cabo? —Le preguntó Mara a Lorret.
—¡Por supuesto! —respondió Lorret, con entusiasmo.
El mismo entusiasmo con el que se explayo en mil y un razones que su hermano le dio para ser parte de las reconstrucciones, básicamente alabándole como un héroe digno de ser recordado.
Abrí la boca para preguntar si estaban al tanto de los planes futuros de su majestad con respecto a la misma cuestión, tratando de apartar el tema de “el hermano de Lorret” que abochornaba a Mara, por alguna razón, cuando una familiar voz interrumpió.
—Disculpen, señoritas —dijo Lesson, dando unos suaves golpes a las puertas abiertas, para luego adentrarse con una sonrisa—. Espero no estar interrumpiendo algo importante.
Las doncellas soltaron risitas, mientras Noemia le asentía con una sonrisa cariñosa y señalaba el espacio libre junto a mi.
—Siempre eres bienvenido, Lesson.
—Gracias, milady.
Se inclinó levemente, con una galantería que arrancó una pequeña risa de mi, y llegó a mi lado, sentándose de modo que quedó con su cuerpo dirigido hacia mi.
—Me alegra ver que el tejido no te aburre. —Me dijo, con su mirada deslizándose al libro en mi regazo.
—Bueno... —titubee, insegura de cómo tomar aquel comentario.
—Me parece que tienes una razón para honrarnos con tu presencia, Lesson. ¿Puedes ir a ello? —intervino Noemia.
—Siempre tan suspicaz —murmuró sin apartar su mirada de mi—. Me temo que es verdad. —Asintió, dando una breve mirada a nuestras acompañantes—. He venido para informarle que la tensión en el Concejo, por la decisión de poner en sus manos la reconstrucción de Duhjía, sumada a su nombramiento como Virreina, han llevado a su majestad a la resolución de una breve "exposición" para el Gran Consejo.
—No entiendo —murmuré, entrecerrando los ojos.
Su sonrisa titubeo un poco.
—Me temo que tienes que hacer una pequeña demostración de que puedes controlar tus fuerzas, Macy.
Sus palabras tardaron en surtir efecto en mi. Noemia fue la única capaz de aclarar el asunto.
—¿Una demostración? —inquirió.
Lesson apartó la mirada.
—Si. La ha programado en dos días, la mañana de la boda. Su majestad quiere que Macy demuestre sus fuerzas frente a los miembros del Consejo y algunos nobles... —explicó. Su mirada deslizándose con preocupación hacia mi—. Sé que puedes hacerlo, Macy.
Di una mirada hacia el rincón en que Lady Hazel se hallaba, sus ojos dando con los míos, preguntándome si ella ya lo sabía. Aquella noticia que alteró mis nervios… No me sentía segura de poder demostrar algo que calmase los ánimos de la gente, más bien, sentía que arruinaría todo y Ambon se retractaría de haber colocado aquella tiara sobre mi cabeza. Pero Noemia, Lesson y las doncellas de Lady Hazel, además de la misma Lady Hazel, se apresuraron a expresar que creían firmemente que podía hacerlo.
Lesson fue muy claro en que confiaba en mí.
Noemia argumentó que si no fuese capaz de tener algún control, aunque leve, le habría congelado cuando necesito de mi frío aquella vez, para ayudar a Lyssa.
No me sentía segura de lograrlo. Y su confianza me presionaba.
¿Qué pasaría si lastimo a alguien?
¿Les decepcionaría?
Entonces pensé en Clim. Sí él no se oponía, lo cual estaba casi segura, no ocurriría, me armaría de valor y concentraría toda mi mente en conseguirlo satisfactoriamente. Sólo debía dejar que la noticia le impulsara a gruñir un “no”, como… una esperanza muy cobarde de mi parte.
Aquella misma tarde, poco después, Lesson y yo tomábamos el té con Noemia, cuando sentí que la presencia de Clim se acercaba con rapidez. Mi corazón se aceleró por lo que me dije, sólo eran las ansias de que insistiera en la locura de la “demostración”, pero en el fondo sabía que era más que eso. Él abrió las puertas sin llamar, frunciendo el ceño en nuestra dirección. Noemia gruñó y sentí a Lesson tensarse.
Dando largas zancadas, Clim se dirigió al centro del acogedor salón, y se cruzó de brazos deslizando su mirada desde Noemia, hacia mí y luego a Lesson. La ira caliente que emanaba de su centro acariciaba mi piel, pero su mirada se estrechó en Lesson.
—¿Qué quieres, Clim? —gruñó Noemia.
Sin apartar la mirada de su amigo, él gruñó antes de hablar.
—No te incumbe, Noemia. Lesson. Ahora —rezongó.
—¿Qué? —murmuró él, tensándose todavía más mientras se deslizaba hacia mi.
—No comiences —gruñó entre dientes.
—No sé qué te ocurre —insistió Lesson, deslizando su brazo sobre mis hombros.
Un fuerte gruñido de Clim me llevó a prestarle más atención. Su postura y apariencia se contraponían. Rigido por el enfado, con una ligera camisa arremangado hasta sus codos, pantalones oscuros, botas gastadas y cabello revuelto. La esperanza de que estuviera ahí para impedir la “demostración”, comenzó a disminuir.
—Lesson —volvió a gruñir—. Ve. No puedo ir a menos que lleve a Macy, y ella tiene que presentarse con el señor Kant esta tarde.
—¿Qué? —murmuré.
Clim finalmente me observó bien, antes de responder a mi evidente confusión.
—Su majestad pidió que el mejor sanador de Tallneh viniera a Palacio. Él ha ordenado una revisión médica completa para usted... y pues, Kant llegó hace una hora. Pidió conocerla esta misma tarde —explicó.
—¿Ésta tarde? –inquirió Noemia.
Clim rodó los ojos antes de insistir.
—Deja tu idiotez, Lesson. Ve. Ahora.
Lesson afianzó su agarre sobre mis hombros, antes de bufar y seguir la dura orden de su amigo.
—Gruñón —refunfuño, antes de despedirse con una sacudida de su mano y salir dando pisotones.
Clim gruñó por lo bajo cuando la situación me golpeó con fuerza, y el disgusto que me causaba todo mandó a volar mi calma.
—Espera. ¿Sabes lo de mi “demostración”? —Le pregunté con brusquedad.
La sorpresa parpadeo en sus facciones.
—Si. ¿Qué con eso? —descruzó sus brazos relajando un poco su postura.
—¿”Que con eso”? —gruñí, tensándome e inclinando mi cuerpo hacia él.
Fruncí el ceño y centré mi mirada en sus cálidos ojos, antes de tomar aire y hablar sin más.
—¿No tienes objeción? Mi control todavía es escaso, ¿y no te opones? ¿Y qué es eso de un sanador? ¿Desde cuando un Bletsun necesita la opinión de un sanador para saber qué tal se encuentra? ¿Por qué su majestad Ambón haría tal cosa?…
—Bueno, es la primera vez que le dices tantas palabras. —Me cortó Noemia.
Sorprendida, voltee hacia ella mientras mis mejillas ardían e intentaba ignorar la sonrisa que brillaba en su rostro, y el desconcierto tangible de Clim que me negué a encarar.
—Ya sabrán los Dioses porque su majestad hace lo que hace —murmuró él por lo bajo, antes de dar media vuelta y marcharse restregando su nuca.
Por un momento, había sentido como si todo continuara siendo igual que antes. Mi infancia con Clim, la confianza de llamarlo “tú” cuando no había lazo consanguíneo y estábamos en presencia de algún adulto, la costumbre de expresarle todas mis incertidumbres. Y mi pecho se sintió agradablemente caliente.
Pero nada era así.
—Clim no se opondrá, pues sabe que eres capaz —dijo Noemia.
Tras un tenso silencio, alzó sus manos en gesto inocente ante la duda que debía reflejar mi rostro.
—Lo eres. Sólo necesitas confiar en ti misma. Por lo demás... —Suspiró—, el sanador sólo está aquí para calmar al Gran Consejo. Los ciudadanos que no han vivido verdaderamente de cerca el yugo del Traidor, están preocupados por las decisiones del Rey. Sobre todo lo concerniente a ti.
—Bien. —Asentí, apartando mi flequillo con una mano temblorosa—. Yo... Lo sien…
—No te disculpes. —Me sonrió—. Fue divertido ver a Clim siendo receptor de tu verborrea.
Fruncí los labios, sintiéndome peor.
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