Capítulo XV.

 Con las luces del alba, los soldados recogieron el campamento entre esporádicas pláticas y ojos atentos.

Clim permanecía recargado junto a la puerta del carruaje, cruzado de brazo y con la mirada perdida, entretanto yo paseaba frente a él, esperando que Cyna y Lyssa volvieran de “cubrir sus necesidades”. A pesar de mi negativa a dejar la montura y subir al carruaje, él se había tomado las cosas con calma. Una calma que erizaba mis cabellos.

—No nos tomarán por sorpresa otra vez. Estaré preparada, no soy ninguna miedosa —dije una décima vez, intentando convencerlo con mis razones, o quizá convencerme.

Su escueto asentimiento, todavía sin dirigir su mirada a la mía, avivó la extraña molestia en mi pecho. Algo demasiado estremecedor intentaba salir de mi desde la noche anterior, y aunque trate de darle sentido, por mínimo que fuera, fui incapaz de detener mis pies en un nuevo giro.

—Bien, General. Ya estamos listas. —Anunció Lyssa, acercándose con el cansancio reflejado en su rostro.

Supuse que yo reflejaba tal estado, puesto que tampoco había logrado dormir. Cyna, tras los pasos de Lyssa, se limitó a bostezar tras una mano y subir al carruaje.

Clim asintió al paso de ambas, y apartándose del carruaje detuvo mis inquietos pasos sujetándome por los hombros. Su cálida y seria mirada finalmente dio con la mía, teñida de ese algo que no me atrevía a descifrar.

—Por última vez, sube al carruaje —dijo lentamente.

Cerré los ojos un momento para apartarme mentalmente de su tacto. Y luego le vi con decisión.

—No.

Para mi sorpresa, él dio un apretón a mis hombros y se alejó sin más hacia su corcel. Le observé, tratando de mantener el escaso desayuno en mi estómago y las dudas, insistentes tras ver que ni siquiera Lesson insistió, y en cambio él no dejó de insistir hasta el último momento…

Verhá acercó a Rhym, y ya montada en mi corcel me dispuse a seguirlo... sin embargo, Lesson se interpuso en mi camino. Su mirada suplicaba perdón.

—Me pidió que te insistiera —abrí mi boca, lista para gruñirle como nunca, pero me detuvo alzando una mano—. Entiendo que prefieres ir en Rhym, en lugar de encerrarte en el carruaje cuando hay peligro, pero también comprendo la preocupación de Clim.

—¿Preocupación? —inquirí, creyendo que mis oídos fallaban.

—Si. Él está preocupado por ti, Macy —asintió. Una parte de mi se calentó por ello—. Eres la virreina de Radwulf, después de todo.

Y el repentino frío tenso mis músculos. Apenas logré controlar el hielo que comenzó a envolverme. ¿Sólo por eso?

—Sal de mi camino, Lesson —medio gruñí, estrujando las riendas entre mis manos.

Él pestañeó varias veces, observándome con cierto asombro que no menguó mi molestia.

—Wah, espera —entrecerró los ojos, dando un vistazo a mis Guardias personales sobre sus corceles, ya apostados a mi alrededor—. Estás enojada, ¿que fue...? Oh, ¿lo de virreina? No seas boba, Macy. Lo que quería...

—A un lado —gruñí.

Ante mi tono, sus ojos se abrieron con sorpresa y todos aquellos en las inmediaciones de nuestra “plática”, centraron su atención en mi.

Inhale y exhale lentamente, esforzándome en mantener el escaso control antes de herir a alguien. Y ese alguien podía ser Lesson, así que abrí la boca dispuesta a gruñir un poco más si eso lo sacaba de mi camino.

—¡Lesson! —gritó Clim en mi lugar, desviando la atención a su persona.

Sobre Sath, su corcel, él nos observaba con una tranquilidad inusual. Nada acorde con lo que hasta entonces parecía habitual.

—¡Abre la marcha! —ordenó.

Sentí la mirada de Lesson sobre mi, segundos antes de que trotase hacia su corcel, y abriera la marcha en medio de las miradas y susurros de sus compañeros.

—Esto, ¿milady? —dijo Verhá a mi lado.

—¿Qué? —Medio ladré en su dirección.

—No creo que Lesson sea un buen objetivo para su malhumor.

Encontrando su firme mirada, me obligué a destensar los músculos y espolear con tiento a Rhym, uniéndome a la comitiva sin otra palabra.

A medida que los minutos transcurrieron, medite en lo ocurrido... llegando a la conclusión de que había sobre reaccionado, enfadándome como raras veces con un buen amigo. Toda molestia anterior se esfumó, convirtiéndose en una persistente punzada de culpa y vergüenza. Deseaba disculparme, pero nuestras posiciones en la caravana apenas me permitían divisarlo. Así que repasé mis disculpa mentalmente, luchando contra la urgencia de acelerar la marcha e ir hasta él.

Cuando finalmente nos detuvimos a medio día, no perdí tiempo. Desmonte y me interné entre los soldados que desmontaban sus propios corceles, ignorando los llamados de mis Guardias, y me acerque hasta donde se hallaba Lesson. Unos segundos más tarde, me percate de que la persona con quien hablaba era Clim. Y que su plática no debía ser para mis oídos.

—... que no debes presionarla —decía Clim.

—Lo sé, lo sé. “Va bien, no debo arruinarlo” —espetó Lesson, con un deje irritado.

—Y deja de actuar en mi nombre —continuó Clim, sin siquiera denotar enfado en su voz—. Primero me dices que debo comunicarme con ella sin acritud, y al minuto después, vas y hablas por mi cuando no te lo he pedido.

—Yo...

Mis pies se congelaron de golpe, desestabilizando mi centro a poco más de un metro de ellos, justo cuando los cálidos ojos de Clim dieron con los míos. Mi corazón dio un fuerte brinco en el largo segundo de mi caída, hasta que unos fuertes brazos impidieron algún daño.

Inhalé, atragantándome con el nudo que su aroma asentó en mi garganta.

Por un eterno minuto me pareció vislumbrar la misma luz de quien fue una vez, y en quien me refugié durante más de diez años. Pero una parte de mi mente se negaba a permitir que mi ingenuo corazón reviviera tales pensamientos. Había cambiado, todo había cambiado y esos anhelos debían quedarse enterrados.

—¿Macy? —escuche a Lesson.

—Respira —susurró Clim, deslizando sus manos por mi espalda hasta mis hombros, estabilizándome antes de dar un paso atrás.

Mientras exhalaba e inhalaba, obligándome a desviar la mirada, Lesson dio un paso más cerca con una mueca. Alce mi índice silenciándole, antes de que soltara alguna excusa que pudiera cambiar todo cuanto había meditado, y que casi me había llevado a una disculpa que decidí ahorrarme.

—Deja de actuar como un hermanito entrometido —Le señale, e ignore la sorpresa en su rostro mientras me dirigía a Clim—. Y usted, General, comience a confiar en mis decisiones.

Di media vuelta sin esperar respuesta alguna, y volví con mis Guardias. Wills y Altón desviaron sus miradas en cuanto hicieron contacto con la mía, y continuaron refrescando a sus corceles. Solo Verhá permaneció en silencio, mientras me preocupaba en atender a Rhym.

Empero, no fue por mucho.

—¿Milady? —murmuró.

Soltando un suspiro, voltee en su dirección enfocándome en el cuenco con agua que me tendía. Lo recibí, sin rozar sus dedos con los míos, y lo acerque a Rhym, esperando que se apartara y ya.

—Yo... —comenzó titubeante—. No nos conocemos mucho, Lady Amace, lo sé. Pero he entrenado codo a codo con cada hombre aquí, y estuve con ellos cuando nos enfrentamos a los Monstruos del Abismo de camino a Quajk, y ahí mismo.

Gire mi rostro para verle. Un suave sonrojo cubría sus mejillas y, sin embargo, había una entereza brillando en el gastado marrón de sus ojos. Una bravura capaz de azuzar mis sentidos.

—Verhá... —murmuré apenas.

—N-no quiero ser una molestia —agitó su cabeza, removiéndose un poco—. Sólo... hum... quisiera que tenga algo en cuenta, durante el tiempo que nos queda de camino. —Asentí efusivamente, sintiéndome incapaz de no prestarle atención—. No importa qué ocurra de aquí en adelante, debe dejar de lado sus sentimientos y centrarse en los hechos, como a los soldados se nos ha instruido hacer.



~~~*~~~



El crepúsculo prácticamente pasó desapercibido a nuestros ojos, puesto que las nubes cubrieron el cielo aquella tarde. La temperatura descendió y la tensión era palpable en el aire, mientras todos, absolutamente todos nos manteníamos alerta.

La urgencia de galopar hacia Duhjía, sin importar los pesados paquetes de suministros, era sumamente insistente. No obstante, sin toda aquella valiosa carga, no hubiésemos podido ni podríamos llevar a cabo la reconstrucción. Del centenar de carretones en la comitiva, al menos dos tercios eran elementos de construcción, y un cuarto de alimentos varios.

Siendo la segunda noche, y estando a un medio día más de llegar, el campamento emplazado a un lado del camino fue posicionado de forma que los carretones y el carruaje quedarán al centro, y los soldados cubrieran los alrededores.

Sentada junto a la hoguera que daba al sureste, contemplé las franjas de cielo estrellado que se colaba entre las nubes, conectando mi esencia con el mundo. Mis sentidos, estaban tan embotados en la vida que transcurría alrededor, que inconscientemente solo mantuve en mi rango a Verhá. Sentado a eso de un metro, él tallaba un trozo de madera con una pequeña cuchilla que traía en su bota, mientras una fría brisa nos acariciaba... y entonces, asimilando como un peligro a la figura que se acercó, envolví sus pies en hielo, congelándole a eso de tres metros.

—¡¿Pero qué...?! —La voz de Wills me sacó del trance.

—Creo que atrapó un Wills. —Me dijo Verhá, sin apartar su atención de la madera.

—¡Lady Amace, por favor!

Gire hacia el pobre soldado, quien ya se estremecía sin poder moverse del lugar. Un poco de calor cubrió mis mejillas, entretanto la atención de los soldados caía sobre él y estallaban en sonoras carcajadas.

—Lo siento, Wills. —Me disculpe, reduciendo el hielo con un solo pensamiento.

—Ya, ¿qué va? —se apresuró junto al fuego, quitando sus botas con tirones bruscos—. Un poco de hielo no me va a matar, ¿verdad?

—¿No escuchaste cuando advertí a todos que se mantuvieran apartados? —le preguntó Verhá, inspeccionando su tallado más de cerca.

—Pues... no —murmuró, dirigiéndome una media sonrisa—. No recibí ni una maldita advertencia.

Su ligero humor ayudó a que cualquier atisbo de incomodidad se esfumara, dando paso a una fácil platica.

A pesar de una ligera bruma que se alzaba lentamente, las cálidas lumbres penetraban en la negrura de la noche, acariciando las estelas de plata que la Luna deslizaba entre las desnudas ramas de los árboles. E incluso así, la brisa traía consigo un regusto amargo... y oscuro.

Pero no ocurrió nada más. Absolutamente ningún otro incidente antes de que nos adentráramos por el camino terroso, que se abría hacia la calle principal de Duhjía.

La actividad de aquel día se contraponía a mis nebulosos recuerdos, de hace tan solo unas semanas. Al menos un centenar de hombres y mujeres labraban los campos colindantes, acarreando escombros y malezas. Otros tantos soldados les ayudaban, asistían y custodiaban, con sus espadas colgando a un lado de sus caderas. Y entre todo, varios niños y jóvenes recorrían las calles y callejones, repartiendo bebidas y bocadillos a aquellos que tomaban un descanso.

Pude vislumbrar, a través de la abertura en la pared de un segundo piso, a un puñado de personas quitando el deteriorado mobiliario con pañuelos atados sobre sus bocas y narices.

Cuando la Plaza Central de la ciudad fue visible con el Palacete alzándose detrás, la gente comenzó a congregarse en torno a la caravana. Sus emociones visibles variando entre la curiosidad, la prudencia y la alegría, me provocaron un sobresalto que agradecí poder ocultar bajo la capucha de mi abrigo.

Los carros comenzaron a desviarse en diversas direcciones, y los soldados frente a mí abrieron el camino permitiendo que alcanzara a Clim y Lesson. La multitud creció, mientras rodeábamos el ancho podio a pocos metros de la entrada principal al palacete, y detenía a Rhym tras Lesson. Los murmullos fueron disminuyendo al tiempo en que ellos descendían de sus corceles, y la inquietud me asaltaba con fuerza.

Me forcé a respirar con calma, recordando el concejo de Verhá; no importa qué ocurra de aquí en adelante, debe dejar de lado sus sentimientos y centrarse en los hechos. Y los hechos, en ese momento, se centraban en que Clim se dirigió al podio y enfrentó a la gente, quienes sólo entonces guardaron silencio.

—Mi nombre es Clim de Kuejt, General del ejército de Radwulf. Estoy aquí como líder del ejército y custodio de nuestra primera virreina, Amace de... —Un creciente murmullo interrumpió sus palabras.

Sentí las miradas sobre mí, quemando a través de la capucha... pero, más allá de las terribles emociones que ello me provocaba, sentí una fuerte urgencia de apoyar a Clim. Necesitaba ir a su lado y enfrentar mis temores. Así que ignoré la vocecita temerosa en mi cabeza, y me dirigí hacia el podio mientras bajaba la capucha.

Los murmullos se detuvieron entretanto subía los pocos escalones, dirigiendo mi mirada a la de Clim. Una sombra de sorpresa cruzó sus facciones, ocultándose antes de dirigirse nuevamente a los ciudadanos.

—Como bien sabéis, Hazel de Duhjía ahora es nuestra nueva reina. Por lo cual, sus compromisos para con Duhjía debieron ser legados —continuó—. Lady Amace aceptó la responsabilidad de continuar con la reconstrucción, no como una obligación forzada, sino como una misión personal para con Radwulf.

Un tangible silencio se deslizó por el lugar, mientras Clim hacía una seña a Lesson y éste subía al podio hasta su lado, para entregarle la carta que había escondido en el bolsillo interior de su abrigo.

—¿El actual declamador? —preguntó, a nadie en particular, mientras Lesson le entregaba la misiva y volvía a su lugar junto a mis guardias personales.

Un delgado hombre de cabellos canos y la piel bronceada por el sol de los campos, subió saludándome con una ligera inclinación mientras se dirigía hacia Clim. Tras un escueto y osco saludo, el hombre recibió la misiva y rompió el sello Real ante ojos atentos. Sosteniendo el papel entre sus manos, leyó las palabras con una ronca pero potente voz;

«Con el poder que me han conferido los Dioses, nombro como mis manos, ojos y oídos, a Lady Amace de Quajk.
Es en mi entera confianza que depositó el poder de decidir, como soberana, cualquier asunto sobre las tierras que componen Duhjía y Quajk. Así mismo, y bajo el estatuto 4, Decreto 33, es que queda bajo sanción de Traición cualquier ofensa o perjuicio en contra de la señorita Amace.

Ambón de Real, Rey de Radwulf»

El silencio se espesó, cargado de emociones conflictivas que la gente no se atrevió a expresar. El mismo declamador parecía reacio a aceptar la ordenanza del Rey, llevando su nerviosa mirada de la carta todavía en sus manos hasta Clim, quien cruzó sus brazos impertérrito.

Pero aquello creó una dolorosa piedra en mi pecho. No deseaba imponerme de esa forma. Casi exigiendo una confianza y obediencia sin merecerla. Así que tome aire y valor de los más recóndito, y me enfrente a la multitud.

—Sé que no existe razón para que acepten mi presencia aquí —dije, ignorando los temblores que asaltaban mi cuerpo—. Estoy consciente de que fui parte importante del poder que ostentó el Traidor, y aunque lamento profundamente todo lo que provocó mi fuerza descontrolada, no puedo pedirles que me acepten.

Pasee mi mirada por cada rostro, cada mirada y persona que me escuchaba, pese a los alborotados sentimientos que desbordaban.

—Sin embargo estoy aquí, dispuesta a ayudar y escucharles. Dispuesta a enfrentarme a la misma Oscuridad con tal de reparar, aunque sea poco a poco, el daño que inconscientemente provoque…

—¡¿Cual es la verdad?! ¡¿Ayudó al Traidor o no?! —Me cortó la voz de un soldado.

Algunos murmullos cargados de apoyo se escucharon desde el fondo. Y sentí, sin duda alguna, la agitación que tal “atrevimiento” produjo en las fuerzas de Clim, lo que me llevó a una clara decisión.

—Durante más de diez años, permanecí encerrada en la única habitación de la torre más alta del castillo que erigió el Traidor. Encadenada de pies y manos. Siendo drenada de mis fuerzas por las garras de los Monstruos del Abismo... —Un húmedo nudo trató de bloquear mis palabras, pero tomando una bocanada de tibio aire continué—. ¿Preguntan si ayude al Traidor?…

Mi voz reverberó como un eco en el silencioso y tenso momento. Pero la inesperada calidez que me brindó Clim, colocando sus manos sobre mis hombros en un inesperado gesto de apoyo, me dio el valor que necesitaba.

—Sí. En mi debilidad y tristeza, permití que Tarsinno utilizara mis fuerzas a su favor. Permití que destrozara mi espíritu y alimentara a sus esbirros con mi fuerza. Me deje vencer sin luchar como mi maestro me enseño, y estoy... —suspiré entre las lágrimas que apenas lograba contener—, estoy tan arrepentida. Debí morir antes de permitir que ocurriera.

Las manos de Clim dieron un apretón a mis hombros, antes de apartarse... mientras unas lágrimas escapaban de mis ojos.

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