Capítulo XVIII.
Con el sol en medio del cielo señalando la mitad de aquel día, volvimos al Palacete en un silencio extraño. Nuestros codos se rozaban a cada paso, y mi sonrisa crecía un poco más a cada vistazo hacia su rostro, el cual no dejaba de estar oscurecido en las mejillas y nariz. Cualquier desconocido pensaría que tan solo estaba un tanto acalorado, pero bien sabía yo, que aquello en realidad era un despojo de lo mucho que le había costado hablarme, de disculparse con el corazón en la mano.
Apenas pisamos el primer escalón de la entrada principal, siendo saludados con formalidad por los dos soldados allí apostados, Lyssa apareció en el umbral, con una carta en sus manos que arrancó mi sonrisa de raíz.
—Milady, General. —Nos saludó, con una suave reverencia y una sonrisa evidentemente forzada.
—Lyssa. —Asintió Clim, apenas dándole una mirada antes de pasar a su lado, dejándonos atrás.
No queriendo que se percatara de mi nerviosismo, jalé a Lyssa al salón más cercano y le di un vistazo antes de cerrar las puertas. Subía las escaleras, por lo que me permití relajarme un poco y respirar profundo.
—Debería decírselo —dijo Lyssa, tendiéndome la misiva con una seriedad que golpeó mi pecho cual roca.
—Yo…
Recibí la carta incapaz de encontrarme con sus ojos por la culpa, que aquel pequeño… “error” me llevaba a sentir.
Sin esperar que lograse formular una excusa, Lyssa se marchó. El golpe sordo y lento de la madera al alinearse las puertas, retumbó en mi pecho durante un largo minuto, mientras me forzaba a no acercar el papel al fuego más cercano. ¿Y de qué iba aquella culpa? A los pocos días de llegar a Duhjía, Lord Tyrone me había hecho llegar una misiva en que expresaba su deseo de conocer el estado y las necesidades de la ciudad, y sobre todo, su preocupación por mi. Inevitablemente, Lyssa y Cyna se enteraron, pero a pesar de advertirme que ni Clim, ni Lesson, ni ninguno de nuestros conocidos y amigos tomarían mi interacción con aquel noble como algo sin importancia, fui incapaz de ignorarle.
Así que ahí estaba yo, sentándome en el sofá de la primera sala, con la cuarta misiva de Lord Tyrone en mis manos. Y la certeza de que tarde o temprano tendría que contarle a Clim… más temprano que tarde.
Procedí a romper el sello, pidiendo a Zafhró que nadie irrumpiera en el lugar.
«Mi muy estimada Lady Amace,
Siento alivio de saber que la reconstrucción de Duhjía avanza a buen ritmo, más con la pronta llegada de la primavera. Sin embargo, reitero mi entera disposición a prestar ayuda en cualquiera sea su necesidad, no importando el cuando...»
Un quejido escapó entre mis labios, mientras cerraba los ojos y apoyaba mi espalda en el respaldar del sofá. Su “disposición” era otra de las razones que Cyna argumentaba como clara evidencia de que pretendía congraciarse conmigo, con objetivos ambiciosos y egoístas. Algo que simplemente no terminaba de creer.
«… Espero no ser una molestia »
Terminé de leer, casi sin prestar atención a las palabras, y abandoné la sala dirigiéndome a mis habitaciones tan rápido como me fue posible. Sólo respire con tranquilidad cuando las puertas de mi armario se hallaban cerradas a mi espalda, cobijando la misiva de Lord Tyrone junto a las anteriores.
El resto de la tarde estuve en mi oficina, inmersa en los documentos, el ir y venir de los ciudadanos y el constante cuidado casi empalagoso de mis Doncellas. Hasta que Lesson, con su habitual sonrisa, irrumpió exponiéndome sin preámbulos una “idea”.
—Deberías visitarles —dijo, inclinado hacia mí con sus manos posadas a cada lado del escritorio. Tarde un minuto en percatarme de quienes hablaba.
—La señora Camelh y el señor Gullner —murmure, con un borde cuestionador.
Asintió dando un paso atrás, con su sonrisa creciendo un tanto más. La idea parecía excitarle más que a mi.
—Si. ¿No te gustaría verles? Puedes tomarte un día en ir y volver. Con tu guardia personal, no habrá problema.
—Pero…
—No me digas que no podrás controlarte, ambos sabemos que es mentira —refutó, sin darme tiempo a excusas.
Pero aún estaba la posible negativa de Clim que, pese a que aquella idea ya había cruzado mi mente y ansiaba ver a aquellas personas, las que me dieron cobijo cuando extendí mi mano fuera de las tinieblas, era ese algo que me hizo dudar de nuestra reciente nueva amistad. No me atreví a siquiera abrir la boca, temiendo que mi voz traicionase de alguna forma la apariencia tintada con tranquilidad que mantenía en el exterior.
—Anda, Clim no se negará si se lo pides personalmente.
Observe a sus claros ojos, intentando armarme de valor.
—Está bien —murmuré al fin.
—Oh, Dioses. No actúes como si no te importara. —Me regaño, riendo cuando mis mejillas se calentaron.
Desvié la mirada, sintiendo aquel extraño susurro… aquel algo que sentía junto a Lesson. Como si ya hubiese vivido aquel momento.
—Lo que sea —murmuré, poniéndome de pie. Me dirigí a la puerta ignorando su divertida risa—. Ven —Le jalé a mi lado arrastrándolo conmigo hacia las puertas abiertas del despacho de Clim.
El soldado apostado ahí nos saludó con una sonrisa, seguramente divertido por ver al maestro Lesson y a mí en semejante acción.
—Macy…
—Clim —dije, encontrándome con su imperturbable mirada—, me gustaría visitar al señor Gullner y su esposa.
Sin perturbarse ni un poco por mis precipitadas palabras, ni demostrar la menor sorpresa o molestia… asintió.
—Bien, pero ve con Lesson y tu guardia.
Decir que quedé de piedra sería poco. Estuve en un estado “congelado” durante una pequeña eternidad, antes de dejar salir mi primera duda coherente.
—¿No tienes objeciones?
—No tengo —dijo, con su tranquila mirada en mi—. Confía en ti misma, Macy.
—Biieeeen —Alargue la palabra, asintiendo sin saber que debería pensar… o sentir. En absoluto.
—Mañana mismo —acotó Lesson, recordándome que aún le tenía sujeto.
Le solté y volteé, sorprendiéndome por la hostilidad que emanaba de él hacia Clim. No tardé en sentir lo mismo proveniente del susodicho, pese a que su atención estaba en mi, bien podía palpar la tensión.
—Vamos a preparar todo. —Concluyó Lesson, arrastrándome de vuelta al pasillo en segundos.
—Less…
—Llamaré a las chicas —balbuceo, alejándose hacia las escaleras antes de que pudiera formular una frase coherente.
No necesitaba leer sus mentes para ver que se habían peleado. El General de Radwulf y el Maestro espadachín, tan cercanos, tan fuertes, tan amigos desde hace tanto… ¿Qué estaba mal?
Suspirando, volví a mi escritorio.
No mucho después, Cyna y Lyssa corrían de aquí para allá, discutiendo sobre qué ropas debería usar y que debería llevar, entre los pequeños detalles que parecían incapaces de simplemente olvidar. Ignorantes de mi creciente preocupación por Lesson y Clim, qué, debo admitir, utilizaba para no hacerle frente a lo que me provocaba volver a Quajk.
No obstante, el tiempo, tan caprichoso, no me permitió concebir alguna idea de cómo debía reaccionar o actuar ante tal situación. Pronto me hallaba sobre Rhym, lista para partir con Wills, Altón, Verhá y Lesson, hacia un encuentro que apresaba mi corazón. Sin embargo, Lesson no actuaba con su habitual ligereza. El aire a su alrededor se sentía cargado por algo, un algo que no era enfado, ni nerviosismo, más bien y casi podría jurarlo, eran tristeza y miedo.
—Bien —decía Clim, acercándose hacia nosotros con la misiva que nos aseguraba la completa libertad de acción ante el escuadrón asentado en Quajk—, todo listo. Solo procuren volver a salvo.
Me tendió el sobre, con una sutil sonrisa que intente devolver, sintiendo la mirada de Lesson sobre nosotros.
—Por supuesto —murmuré, recibiendo la misiva para acto seguido tendérsela a Altón.
—Que los Dioses les acompañen. —Se despidió, dando un paso atrás.
Asentí, incapaz de decir algo a su gentileza, que no sonase como un gimoteo nervioso.
Sin más, espoleé a Rhym y abandonamos los establos del Palacete, atravesando Duhjía mientras rompía el alba. Alejándonos de la calidez de Clim mientras me esforzaba en mantener el control. La fresca brisa matutina nos envolvía con su aroma a humedad y vida. El cielo se iluminaba poco a poco, mostrando un azul con pequeñas nubes surcándole. Las aves cantaban, alzando el vuelo tan solo para volver a descender, y los animalitos correteaban, alertados por nuestra presencia.
El nerviosismo que provocaba mi descontrol desapareció casi por completo, ahogado por un suave golpe de alegría y esperanza. Logré mantener el control. Pese a que aún sentía un cosquilleo renuente, pude controlar mis fuerzas. Pude, después de pocos meses, acercarme a quien fui.
Eso de tres horas después, lo poco que quedaba de Quajk fue visible a la distancia. Las cuatro torres casi completamente derribadas, la desecha estructura de lo que fue el Palacete apenas conformada por los pilares y un solo nivel sin puertas ni ventanas, la fuente de la plaza central como un gran agujero rodeado de rocas y más escombros. Ninguna vivienda de la ciudad intacta. Nada más allá de los pocos hogares en la periferia de la antigua mina y la montaña.
El puesto establecido por los soldados se ubicaba al este de la ciudad, justo donde comenzaba a extenderse el túnel rocoso que daba hacia el puerto del acantilado. Ahí, nos detuvimos para entregar la misiva al Comandante a cargo y cambiar los corceles.
Pero luego, mientras más nos acercábamos al rincón en que se escondía el hogar del señor Gullner y su esposa, fui asaltada por los recuerdos. Aquellos nueve años en que viví ahí, recorriendo las empedradas calles de la mano de mamá y papá, siendo seguida por Lexuss, aprendiendo a montar y patinar. Esperando con ansias, cada día, un nuevo encuentro con Clim, un nuevo viaje con el maestro, un mañana en que tenía puestas todas mi esperanzas.
La frescura del aire en Quajk, me golpeaba mientras divisaba la modesta cabaña, envuelta en los despojos de un bosque casi muerto.
Y entonces disminuimos la velocidad. Mi corazón latía desenfrenado, sentía el quemante calor en mis mejillas y la garganta seca, apresada por las emociones. Wills y Verhá se adelantaron, descendiendo de sus corceles con un movimiento fluido, para luego atar sus riendas a un poste mientras detenía los pasos de Rhym. Altón y Lesson se acercaron poco después.
Me obligue a soltar el agarre de las riendas, poco a poco, forzando el aire en mis pulmones. Entonces, el señor Gullner abrió la puerta de su casa, asomándose con una expresión sorprendida.
En contra de todo lo que hubiese esperado hacer, bajé de Rhym y corrí a su encuentro.
—¡Muchacha! —Exclamó, envolviéndome con sus brazos—. Que alegría verte de nuevo.
Devolví el gesto, llenándome con su cálida gentileza. Sintiendo, como hace tanto, aquel aire a hogar.
—¿En-en verdad? —balbuceé.
—Por supuesto —Me sostuvo de los hombros, apartándome un poco para mirarme. Su sonrisa siempre presente—. Pero mírate, estás preciosa. Casi no te reconozco.
—Oh... —murmuré, sintiendo mis mejillas calientes.
—¿Querido?
La señora Camelh se asomó por la puerta, cambiando su expresión cargada de curiosidad a una gran sonrisa en cuanto me vio.
—¡Amace! —Me jalo a sus brazos, casi triplicando la efusión de su esposo.
—Se-señora —balbuceé.
—Qué alegría, pequeña. Creí que no te volvería a ver, ¿qué tal estás? Los soldados dijeron que fuiste eximida. Sabía que su majestad Ambón no permitiría que fueses lastimada…
Me condujo al interior, ignorando a los hombres que me acompañaban, y me llenó los oídos con su gentil, preocupada y alegre cháchara. El señor Gullner nos siguió poco después.
Tome asiento y recibí la taza de té caliente que la señora me tendió, escuchando sus preguntas sobre mi salud, mi nuevo título y las cosas que había hecho durante esos meses, y respondiendo con la mayor sinceridad posible. Les conté sobre Noemia, Lyssa y Cyna, logrando que rieran como yo por esas pequeñas cosas de cada una que lograban alegrarme el día. También les hablé de mis Guardias Personales, Lesson y Garb, ganándome un regaño por parte de ella al saber de mi incursión en los entrenamientos. Y luego hablamos sobre el Rey y la Reina, cuando nos sentamos a la mesa para comer con mi Guardia Personal.
—¿Dónde está Lesson? —Le pregunté a Verhá en un murmullo, cuando tuve oportunidad.
—No sé, milady. Nos dejó poco después de que usted entró al hogar.
Aquella pequeña ausencia no hubiese pasado desapercibido para mí, y él lo sabía. ¿Qué estaba mal con él? ¿Cual era el problema que tenía con Clim? Esperaba poder desentrañar esas sensaciones tan familiares que tenía a su alrededor. Pronto.
~~~*~~~
Lesson regresó cuando ya habíamos terminado de comer, sin dar muestras de querer contarle a alguien donde había ido. En su lugar se dejó mimar por la señora Camelh, quien al saber que era el Lesson de quien le había hablado, no dudo de intentar convencerle de cuán inapropiado era que yo entrenase “como hombre”.
—Eres más fuerte de lo que crees, muchacha. —Fue lo que me dijo el señor Gullner al oído, mientras nos abrazábamos por última vez.
Palabras que me acompañaron en el camino que hicimos a toda prisa, al final de aquella tarde, prometiendo al matrimonio que volvería a visitarlos en cuanto pudiera. Ya que Clim había insistido en que volviéramos antes de que cayera la noche, por seguridad y para su tranquilidad, debíamos apurarnos en recuperar los corceles y volver a Duhjía.
Mi corazón palpitaba cargado por una maraña de emociones, aunque mi mente intentaba centrarse en la inmediata cuestión de Lesson y Clim. Me sentía... feliz, por haber podido ver una vez más a aquella pareja. Melancólica, por volver a pisar Quajk. Ansiosa, por contar mis preocupaciones a Lyssa y Cyna. Temerosa de que Clim se enfureciera cuando supiera…
Lo único que parecía seguro en mi futuro, y que nunca pedí, era mi cargo como Virreina. Algo ciertamente insólito para las personas de mayor edad, acostumbrados a que los altos cargos siempre estuviesen en manos de hombres.
Cuando llegamos a Duhjía, el sol comenzaba a ocultarse en la distancia. Los cerros que nos separaban de Real, dibujaban hermosas sombras tras las edificaciones de la ciudad, que poco a poco comenzaba a iluminarse por las farolas y antorchas, mientras la gente volvía a sus hogares. Y el aire, habitualmente templado, se enfriaba lo suficiente como para ser un verdadero placer sentir que acariciaba mi piel.
Dejando a Rhym en el establo, me dirigí al interior del Palacete con Verhá y Altón tras mis pies, sintiéndome repentinamente revitalizada.
Sin embargo, mi sonrisa flaqueó cuando me encontré con Clim a los pies de las escaleras. Precisamente acudía a darle un breve informe antes de retirarme a mis habitaciones.
—Bienvenidos. —Nos saludo.
—Gracias, General —dijeron mis Guardias.
—Pueden retirarse. —Asintió, dándoles una mirada que no logre identificar.
Un breve vistazo tras de mí y comprobé que habían obedecido a su General. Con toda la intención de objetar su superioridad ante mis Guardias, me enfrente a él... pero su sutil sonrisa cerró mi boca.
—¿Qué? —Inquirí luego de un minuto.
—Nada —respondió—. Ve a tus habitaciones, las chicas están preparando tu baño.
—Pero... —balbucee, luchando contra el repentino impulso de llevarle la contraria.
—Ve. Luego hablamos. —Sentenció, pasando a mi lado en dirección a la cocina.
Le vi internarse por el pasillo, intentando comprender qué clase de desavenencia podía tener con Lesson. Más no podía descifrarlo.
Soltando un suspiro, subí las escaleras y me dirigí a mis habitaciones. Al cerrar las puertas tras de mi, Cyna prácticamente me arrastro hacia mi alcoba, comenzando a quitarme las ropas.
—Bienvenida de vuelta, milady —Canturreo contenta.
—Gracias…
—Esta noche le serviremos la cena en sus habitaciones, ¿si? Para que comience a reponerse de este precipitado viaje de inmediato.
Solo logré asentir, incapaz de acumular ni un poco de resistencia a sus cuidados.
—Lyssa fue por un aceite especial que preparó la señora Sarah, con el que masajeáremos sus músculos, ¿bien? Cabalgó durante mucho tiempo. Así mismo usaremos un jabón de Lilys y Jnah, que dejará su piel bien humectada y le brindara un mejor descanso.
Asentí nuevamente, y me deje guiar, ya desnuda, hacia el cuarto de baño.
—Si, bien, lo que crean que esté bien —murmure.
Entonces llegó Lyssa, y me dejé mimar por esa noche.
A la mañana siguiente desayuné con Clim, contándole cómo había salido todo. Pese a que Altón ya había escrito un breve informe sobre la visita para los registros, él me pidió que le contara mi versión de los hechos. Aunque lo escueta que fui pareció conformarlo.
—Y... eso. Podre visitarles después, ¿no? —Termine diciendo.
Él bebió un trago de su sumo antes de hablar.
—Si. —Asintió, dejando el vaso sobre la mesa antes de centrar su atención en mí—. Sin embargo, no has mencionado el hecho de que controlaste tus fuerzas.
Su seriedad estuvo a punto de quitar la ligera alegría que aún me empapaba. Pero, observando esos cálidos ojos, tan familiares, no pude más que reír. Me retorcí en mi silla, cubriendo mis calientes mejillas con mis manos, incapaz de hacer otra cosa que reír durante un largo minuto. Tal vez dos.
—Oh... —balbucee apenas—, Dioses.... ¿Quién... quien eres?
—Macy... intento ser serio —gruñó, con sus mejillas tintadas por la vergüenza y los ojos cerrados, rascando su nuca.
—Si... eso no te queda —murmuré, luchando por recuperarme de aquel ataque de risa.
Nuestros ojos volvieron a encontrarse, y ya sin humor alguno le dije;
—Pude hacerlo, me controlé... pero aun estoy asustada de mi misma.
Desvié la mirada, incapaz de forzarme a descifrar lo que mi confesión había provocado en él.
Escuché el deslizar de su silla, creyendo por un momento que él simplemente me dejaría sola. Sin embargo, su calor se acercó a mí, y antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo, fui envuelta por sus brazos y. Atraída contra su pecho, apenas logré contener las lágrimas.
—No estás sola, Macy —murmuró.
En ese momento, supe con seguridad que no importaba, aún si lograba unir las piezas de mi alma, nunca podría reparar aquel lugar en mi pecho que perteneció a Clim.
Nunca podría crear otra cosa que castillos en el aire.
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