Capítulo XX.
Aquella mañana, nos hallábamos en las praderas hacia el norte de Tallneh. Clim y yo, corríamos hacia la rivera del río, con el objetivo de encontrar una flor de amarillos pétalos y volver; ya que el maestro quería enseñarnos algo antes de ir hacia Kuejt. No debíamos tomarla, solo verla y podíamos volver al campamento. Como siempre, iba delante de Clim, solo que en esa ocasión, y como ya se iba haciendo habitual durante los viajes, llevaba ropas de niño. Aquella comodidad, sumada a mi cabello atado en una trenza, me hacía sentir más grande y ágil. Algo que Clim no apreciaba cuando continuaba dejándole atrás.
No tarde mucho en divisar la flor rodeada de verde pasto, exactamente como dijo el maestro que estaría. Entonces me tomé un momento para recuperar el aliento en lo que Clim me alcanzaba. Mas no le di mayor ventaja. Corrí de vuelta, por entre las colinas, saltando y esquivando, con una sonrisa pues ya sabía que él no me alcanzaría antes de llegar al campamento.
Sin embargo, mientras me acercaba, más me faltaba el aire y más dolían mis músculos.
Llegué al campamento, viendo que el maestro Balkar se hallaba en el mismo lugar en que le habíamos dejado minutos atrás, sentado sobre un tronco en torno a una fogata. Y la liebre que había cazado ya estaba trozada y ensartada en varillas, lista para ser asada.
—¿Y bien? —Inquirió.
—La... la encontré —dije sin aliento.
Asintió y me dejé caer sobre el pasto, ignorando el ligero picor. Cerré los ojos y escuché a Clim llegar, tan jadeante como yo, recostándose a mi lado poco después.
—Pica —gimoteo.
—Lo sé —murmuré.
Cuando al fin me sentí lo suficientemente capaz de sentarme, lo hice, deslizándome hacia atrás hasta que mi espalda quedó contra un árbol. Clim continuó recostado en el pasto. Escuché el canto de algunas aves, y tras una mirada a la copa del árbol, buscando alguna señal de los cantantes, dirigí mi mirada al maestro... y la carne que ya se cocinaba en el fuego.
Mi estómago gruñó, pidiéndome un bocado.
—Bien, ahora quiero que se sienten —dijo el maestro, señalando el espacio vació frente a él y el fuego.
A regañadientes, Clim y yo obedecimos, sentándonos con las piernas cruzadas tal y como el maestro nos había enseñado. El aroma de la carne llegó a mi nariz, y escuche claramente el estómago de Clim, haciendo eco del mio.
—Se que ya están hambrientos, pero necesito que cierren los ojos y respiren profundo. —Obedecí, esforzándome por ignorar mi cansado cuerpo y aquel molesto retorcijón de mi estómago—. Inhalen y exhalen... —Habló lentamente—, permitan que sus fuerzas les acaricien. Tanteen... poco a poco... su centro.
»¿Pueden sentirse?
»Son uno con sus fuerzas.
»Repitan su mantra.
Tierra, dame tu soporte.
Viento, guía mis pasos.
Agua, abraza mi esencia.
Espíritu, cuida mi alma.
Poco a poco, el cansancio desapareció de mi cuerpo, tragado por un reconfortante soplo de mi frío. La vitalidad volvió a mí, logrando que me sintiera incluso más ligera y fuerte que antes.
—¿Cómo se sienten? —preguntó el maestro, sacándome del trance.
Le observe, incapaz de explicar todo lo que me embargaba.
—Me siento mucho mejor —dijo Clim, sonriendo.
Con una sutil sonrisa, el maestro asintió y centró su atención en mí.
—Este es un método muy eficaz para poder superar las dificultades de sus cuerpos humanos. Aunque también pueden hacerlo con mayor rapidez, tan solo envolviéndose con su fuerza un minuto, es más eficaz si lo toman lentamente. Quería enseñarles este método —Intercalo su mirada entre Clim y yo, borrando su sonrisa con una seriedad palpable—, pero no es un juego. Mientras más tiempo se aferrén a sus fuerzas mágicas, en lugar de la física, más tiempo deberán descansar después, ¿entendido?
—Si —murmuramos al unísono.
—Bien, ahora vayan y tráiganme una flor amarilla, para que puedan comer.
Por un momento nos quedamos estáticos, intercambiando una mirada sorprendida.
—Ahora, que se enfría. —Nos instó el maestro.
Clim y yo corrimos de vuelta al río, riendo, mientras nos aferrábamos a nuestras fuerzas por primera vez. No teníamos más de siete años, y todas aquellas pruebas de nuestras fuerzas eran una experiencia nueva y divertida.
Hasta que...
Encerrada en mi habitación, cubrí mis oídos mientras Clim golpeaba la puerta y me llamaba, siendo inmediatamente regañado y detenido por Cyna y Lyssa. Los recuerdos escocieron mis ojos y apresaron mi pecho. Estaba mal, sabía que no debía hacerlo, y aun así, antepuse mi deseo de estar mejor. Me aferre a lo único que parecía tener sentido, cuando estaba tan rota y perdida...
¿Estaba tan equivocada?
Me obligue a no derramar mis falsas lágrimas, pero no pude contener algunos sollozos.
Después de unos minutos, el ruido al otro lado de la puerta se desvaneció, llevándome a creer por un minuto que me habían dejado sola.
—Macy... —Su voz me llevó a refugiarme debajo de las mantas cual niña asustada—, sé... sé que me escuchas. Solo... no te hagas esto... por favor. Eres más fuerte de lo que crees. Eres...
Durante un minuto no le escuché más, por lo que aparté un poco las mantas, descubriendo mi cabeza lo suficiente para que mis oídos pudieran captar cualquier sonido.
—Puedes contar conmigo... Macy, no te defraudare otra vez.
Cubrí mi boca y nariz, luchando contra un nuevo sollozo.
Minutos después, Lyssa golpeó la puerta, llamándome con una voz cargada de preocupación. Pero no respondí, me limité en ver hacia la nada, hasta que mis ojos se cerraron solos. Y estaba ahí, de nuevo, sola en la oscuridad de mi celda. Herida en lo más profundo. Perdida, intentando aferrarme a unos recuerdos que me esforzaba, cada minuto, en no perder. Asustada de lo que mi fuerza era capaz... aterrorizada de mi misma.
Sólo me quedaba una cosa por hacer.
Me levanté, y aún con mi camisón fui a las habitaciones de Clim, atravesando el pasillo con la mirada en el piso. Abrí la puerta y me deslicé dentro encontrando a su mozo, Gale, saliendo de su habitación con un cesto de ropa. El muchacho no podía verse más sorprendido, pero murmuró un saludo y se marchó, cerrando la puerta tras él.
Bien, solo le diré... le diré..., me decía a mi misma, sin poder decidirme a nada.
Llegue a su puerta, y... di un paso atrás. No tenía valor. Y entonces salió, viéndome con seriedad. Ningún rastro de sorpresa por mi presencia... o escasa ropa.
—Yo... —murmuré.
Di otro paso atrás, pero él se adelantó y me jaló a sus brazos, envolviéndome con su calidez.
—Está bien, Macy —dijo contra mi cabeza.
Y me quebré.
Un segundo estaba estática, y al siguiente me aferraba a él, llorando como una bebé contra su pecho. Incapaz de detener o comprender que mis lágrimas, aunque frías, finalmente eran líquidas. Sin saber cómo, o el momento exacto, de repente me percate de que me hallaba en su regazo, siendo mecida con suavidad y cariño.
—Tengo... miedo —murmuré.
—Lo sé. Pero te tengo —dijo él.
Durante más de diez años, me había aferrado a su recuerdo, me había refugiado en aquella calidez que solo podía evocar dentro de mi cabeza. Un sueño... que no creí realmente poder alcanzar.
—Ahora, déjenlo ir.
Inhale a través del dolor, y envuelta en el aroma de Clim, deje de aferrarme a mis fuerzas.
Ni una milésima de segundo después, el hielo intentó arrasar con todo a nuestro alrededor, cubriendo con un feroz manto todo cuanto tenía a su alcance. Solo la latente calidez de Clim impidió que abandonara la habitación.
Gimotee, luchando en vano por conseguir un poco de control.
—Tú puedes, Macy. Son tus fuerzas, tuyas, no al revés —murmuró él, estrechándome con mayor fuerza.
Desde algún lugar, logré escuchar las voces de Cyna y Lyssa llamándome. Pero solo eran un eco lejano, más allá de la tormenta y el latir desenfrenado de mi corazón.
—Respira. —Me ordenó, alzando mi rostro con una mano. Sus ojos llenos de confianza.
Inhale una vez más, centrándome en la calidez de Clim, y llame silenciosamente al hielo. Pero este tan solo se agitó más fuerte, en ráfagas que incluso se colaron entre nosotros.
Nos aferramos, mientras que el miedo apresaba mi pecho, impidiéndome respirar o pensar más allá. Una parte de mi se sentía demasiado contenta con el frío, pese a que sabía cuánto daño estaba causando tan solo en la estructura de esa habitación. Aterrada y jubilosa, fui incapaz de hallar ese punto medio.
—Macy... —murmuró Clim—, tú eres el centro. Tú decides el cómo, el cuándo y porqué.
Por un eterno minuto me congelé, todo pensamiento y sensación se centró en un recuerdo, pero un recuerdo carente de colores y olores. Solo sonido. Y entonces logré respirar, pérdida en su cálida mirada. La misma que hace tanto no me dirigía, y que incontables veces desee volver a ver.
Cerré los ojos y me acurruque contra su pecho permitiendo que su calor, el único que realmente podía llamar agradable, me guiara hacia la inconsciencia.
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