Capítulo XXII.

 Los preparativos para la fiesta del Solsticio de Verano, avanzaban a pasos agigantados gracias a Clim y Lesson, según lo que me contaban Cyna y Lyssa. Para mi fortuna, no me hallaba lo suficientemente repuesta como para permanecer de pie, o abandonar mi habitación, para el caso. Lo único que Clim me permitía hacer aquellos días, era firmar algunos documentos y redactar otros tantos, cuando finalmente no temblaba mi mano al escribir. Más allá de eso, estaba enclaustrada mientras Duhjía se sumía en un revuelo de flores y cintas de mil colores, bebidas y alimentos varios, y canciones que se colaban por mis ventanas.

La alegría que danzaba por el aire, tenía un origen diferente al de antaño. Tras diez años sin que el verano fuese más que una caricia, era comprensible que la gente a este lado de Radwulf estuviese ansiosa por sentir la caricia del sol y disfrutar de un alimento que creciera ante la luz natural. Además del hecho de que finalmente volvíamos a tener acceso a las diversas mercancías extranjeras.

Sus Majestades y Noemia, habían enviado grandes cargamentos desde la llegada de Tyrone, entre los cuales venían cinco baúles para mi. El primero contenía cartas de cada uno, y un asombroso surtido de conservas, carnes secas y una docena de botellas de Jnah. El segundo y tercero, contenían pañuelos, abrigos, vestidos, corsés, medias, enaguas y camisas, entre otras ropas de excelente calidad, de suaves tonos azules con detalles más oscuros o claros. En el cuarto venían pantalones, capas, botas y delicadas zapatillas en bien envueltas cajas, que combinaban perfectamente con los vestidos. Y en el quinto, como un detalle evidentemente ideado por Noemia, una pequeña colección de libros.

En las misivas, ambos reyes expresaban su preocupación por mi salud e incondicional apoyo. Algo bastante desconcertante, a decir verdad. Mientras que Noemia me regañaba abiertamente por cometer semejante estupidez, y amenazaba con encerrarme con sus propias manos en una aislada celda si volvía a ocurrir.

Así que obedientemente me mantuve paciente, comiendo los variados alimentos que la señora Sarah se esmeraba en cocinar, escuchando a mis Doncellas cuando me instaban a dormir una siesta o, en cuyo caso, dejarme mimar con un tibio baño.

Entonces llegó el día.

Con la misma salida del sol, la gente comenzó a preparar los alimentos y bebidas, envueltos en la melodía de una canción en particular. Aquella que inevitablemente reavivó el escozor de mis heridas internas.

«… aunque existan la felicidad o la tristeza, las cargaré y continuaré recto. Esas son cosas que todos llevamos en las manos...»

Habían sido por los menos cinco cumpleaños durante los me preguntaba: ¿qué estará haciendo Clim? Y, cuando finalmente habían decidido que debíamos celebrar tan importante día juntos, el reino fue traicionado por un... ni siquiera existe un buen calificativo.

La alegría que creí me impregnaría, se negaba a traspasar la borrosa capa que apenas decoraba con una sonrisa.

—Éste —dijo Cyna, extendiendo ante mi uno de los nuevos vestidos.

—Con estos —agregó Lyssa, alzando un par de zapatillas que hacían juego.

Ambos eran de dos tonos de azul claro, similares, pero donde las zapatillas carecían de adornos, el vestido tenía pequeñas hileras de flores naranja y lila en el bordillo inferior; y en el corpiño, ondas lila y azul oscuro terminaban conectándose a las pequeñas mangas. Un conjunto bastante sencillo sin corsé y con una sencilla capa de seda gris, que ambas insistieron en que, al menos, debía probarme.

Teniendo en cuenta que la señora Beena había tomado las medidas de mi cuerpo antes de partir de Real, era sorprenderte que aquellas ropas encajaran en mi con tantos cambios de peso ocurridos aquel último tiempo.

Y aun así...

—Lo siento, chicas. No quiero ir —Les dije, deslizándome entre las mantas de mi lecho.

Ambas estuvieron sus buenos quince minutos intentando convencerme de lo contrario, ya listas para integrarse a la muchedumbre con sus sencillos vestidos regados por flores coloridas y cintas en las muñecas, claro signo de que se integrarían al típico juego de “pescar pajeras”.

Pero me negué rotundamente, incapaz de apartar la pesada desazón de mi pecho.

«... duerme en las copas de los árboles, la dulzura infinita de este mundo. Mientras cae la noche, ofrezcamos una silenciosa oración, y esperemos al amanecer guiado por el Sol...»

Decir que no lloré ni un poco aquella noche, sería una terrible mentira. Las lágrimas fueron mi compañeras silenciosas, mientras escuchaba como la música y las conversaciones, aunadas con el replicar de vasos y platos, creaban una armonía casi de ensueño.

Había sido tan sencillo para mi, como niña, percatarme de que amaba a Clim. Una certeza infantil de la que nunca dude, incluso cuando me hallaba atormentada en lo alto de aquella torre. Cuando pensaba en el futuro, en tan solo un día más, lo único que podía ver con claridad era a él, Clim. Mi mejor amigo, mi compañero, quien podía tranquilizarme con un solo abrazo, y apartar todo dolor y tristeza de mi corazón.

Aquella primera vez en que hablamos de nuestros sentimientos, en un rincón del granero en casa de mis padres, la recuerdo con nitidez. Grabada en mi, más allá de la memoria.

Es muy... alto —decía él, refiriéndose a Shon, el corcel de papá.

—Todos los caballos son altos —refute, acariciando la cabeza del susodicho cuando se acercó a mi.

Le escuche gruñir, antes de que me jalase hacia atrás, lejos del alcance de Shon.

—¿Qué haces? —inquirí, luchando contra la aceleración de mi corazón que su cercanía aumentaba.

Nada.

Me abrazó desde atrás, rodeando mi pequeña cintura. Sus manos posadas, una sobre la otra, contra mi estómago.

Solo... no te acerques demasiado —balbuceo.

Sorprendida por tal petición, me gire, aún con sus brazos a mi alrededor, y le encare. No había una razón lo suficientemente razonable para mi, que justificara semejante precaución.

—¿Por qué? —murmuré.

Él apartó la vista un momento, dirigiéndola detrás de mí, donde se hallaba Shon tras la verja de su corral. Entonces sus ojos dieron con los míos, tan serios y cálidos.

Yo... solo... —balbuceó—, no...

Clim —Sostuve su rostro, obligándole a que me viera a los ojos, y así me diera la oportunidad de descifrar lo que su boca parecía incapaz de pronunciar.

Empero, fui incapaz de descubrir las emociones que revoloteaban ahí, ahogándome entre mis propios confusos pensamientos.

Macy... yo... —Sacudió la cabeza, soltando mi débil agarre sin mayor esfuerzo, y dejando mi cintura sostuvo mis manos entre nosotros—. Solo... no quiero que te lastime, ¿si?

—Pero... —Di un vistazo a Shon, sin poder creer que tan hermosa criatura fuese capaz de herirme de forma alguna.

Me importas, Macy —dijo, atrayendo mi atención de vuelta a él—. Yo... —Mordisqueo su labio inferior, viéndose tan nervioso como me comencé a sentir— te amo.

Podría jurar que en aquel momento el mundo se detuvo por completo. Ningún sonido era emitido y ningún movimiento era realizado... hasta que él inhaló una bocanada de aire, y aclaró su garganta.

¿No... no dirás algo?

Acarició con sus dedos la piel de mis muñecas, mientras, poco a poco, recuperaba alguna coherencia en mis pensamientos.

—Te amo —murmuré, sintiendo como aquella verdad escapaba de mi pecho—. Yo te amo, Clim.

Mas nada de aquello importó al final. Nuestros sentimientos no superaron la prueba del tiempo y la distancia, fuimos incapaces de mantenernos juntos cuando la Oscuridad se abalanzó sobre nuestras vidas.

Fuimos demasiado ilusos.



~~~*~~~



Intenté dormir, pese a que la música avivaba el dolor en mi pecho y las lágrimas escapaban silenciosamente de mis ojos. Deseaba que ese día acabase de una vez.

Entonces le sentí acercándose a las puertas de mi alcoba, para luego dar un par de golpes en ellas. No respondí, ni emití sonido alguno, pero él ingresó y cerró las puertas tras cruzarlas, y me dirigió una mirada que no supe descifrar.

—¿Qué... que haces...?

—¿No planeas bajar? —preguntó, con un borde irritado.

Me senté, ignorando el rastro de humedad que aún reposaba sobre mis mejillas.

—No —dije cortante. Esforzándome por no dejar que la tristeza se reflejara en mi voz.

Él suspiró y, sorprendiéndome, se dejó caer a mi lado, recostándose como si tuviera derecho a invadir mi habitación.

—¿Qué crees que estás haciendo? —inquirí lentamente, sintiendo una pizca de irritación que él pareció notar.

—Ya que no quieres ir...

—Estoy cansada. —Mentí, deslizándome un poco por el lecho, y lejos de su alcance.

—Macy... —Medio gruñó, deteniéndome con su mano en mi cintura—, ambos sabemos que estás mintiendo.

Mi ya acelerado corazón dio un vuelco ante su cálido tacto, y me perdí en sus ojos... hasta que una sonrisa se extendió por sus labios.

—Boba —murmuró, y sin darme tiempo a reaccionar, me empujó hacia el borde del lecho.

—¡Oye! —gruñí, apenas logrando ponerme sobre mis pies.

—¡Arriba y vístete! —Ladró, deslizándose tras de mí con toda intención de no permitirme que volviera a cobijarme entre las mantas, escrita en su rostro.

—No quiero —berree, cruzándome de brazos mientras me alejaba en dirección al armario.

Me siguió lentamente, cogiendo el vestido que las chicas habían dejado sobre el baúl, a los pies de mi lecho, y extendiéndolo hacia mi.

—Vístete —gruñó, cuando me hallaba con mi espalda contra el armario, con una ligera sonrisa que traicionaba su imperioso tono.

—No —Mantuve mis ojos en los suyos, desafiándole silenciosamente.

—No me iré, Macy. Vístete. —Me lanzó el vestido a la cabeza, logrando que el enfado fuera demasiado.

—¡No, vete! ¡Sal de mi habitación en este momento! —Le exigí, pero él dio media vuelta ignorándome por completo.

Llegó hasta las puertas y apoyó su espalda contra estas, con sus brazos cruzados en clara señal de que no me dejaría sola.

Entonces cerré mis puños en la tela del vestido, apretándola contra mi pecho cual escudo. Me aferre a aquella bienvenida irritación, que dejaba en el olvido la tristeza, y fui hacia mi cuarto de baño. Murmurando cuan idiota podía ser Clim.

No tardé mucho en colocarme el vestido, y verme en la necesidad de ir por las zapatillas. Pero no quería que precisamente él me obligará a bajar y unirme al jolgorio. Así que acordé conmigo misma que le convencería de una u otra forma, para que me dejase sola... con mi boba tristeza. Me asomé hacia la habitación, y mis palabras murieron cuando le divise sentado en el taburete frente al tocador. Su mirada sobre mi.

Repentinamente cohibida, fui incapaz de mover siquiera un músculo.

—Bien, ponte zapatos y vamos —dijo, poniéndose de pie.

—N-no —balbuceé apenas.

Sin darme tiempo a reaccionar, él atravesó la distancia que nos separaba y, sujetando mis antebrazos, me jaló por la habitación.

—¡Hey!

—Nadie debe estar solo en su cumpleaños —dijo con una sonrisa que no lograba aliviar el revuelo en mi, justo antes de soltar mis brazos y empujarme hacia abajo.

Por un terrorífico segundo creí que caería sentada sobre el suelo, pero fue el acolchado del taburete lo que golpeó mis nalgas.

Con las palmas de mis manos húmedas y las palabras confusas danzando sobre mi lengua, vi como Clim se arrodillaba frente a mi y alzando apenas el borde del vestido, sujetó mis pies, uno a uno, colocando en ellos las zapatillas que Lyssa había dejado sobre el baúl.

—No existe una buena razón para que te quedes aquí, sola —dijo.

Se puso de pie y sujetando mis muñecas me instó a imitarle. Sin poder resistirme, me alce hasta quedar frente a él, teniendo que alzar un poco la mirada para reencontrarme con sus ojos. Su tacto y calor, casi lograban que olvidara la realidad. Casi.

—Yo...

—Deberías arreglar tu cabello —dijo, soltándome para alcanzar los mechones en torno a mi rostro.

—Quita. —Le gruñí, apartándome para rodear el taburete y observar mi reflejo.

Pese a que no estaba del todo enredado, cogí el cepillo y lo deslicé por una primera sección, encontrándome con su mirada en el espejo. Luché contra el calor que comenzó a acumularse en mis mejillas, consciente de que él podía verlo claramente.

Intenté trenzar mi cabello por costumbre, pero él me detuvo, apartando mis manos con una pequeña sonrisa.

—¿Qué haces? —murmure.

Entonces le vi acomodar mi cabello tras las orejas, y depositar sobre mi cabeza una delgada corona de plata con flores de Jnah, en cuyos centros reposaban pequeños topacios azules. Un delicado símbolo de mis veinte años.

Las emociones que me ahogaron entonces, impidieron que pudiera hacer otra cosa que inhalar y exhalar el aire necesario para que mi cuerpo se mantuviera funcional. Se sentía irreal, todo, aquella gentileza y aquel obsequio tan significativo.

Tiene que ser un sueño.

—Feliz cumpleaños, Macy —dijo, observándome con una efímera sonrisa a través del espejo.

Mi exaltado corazón fue incapaz de aferrarse a cualquier despojo de enfado, murmurándome una verdad que no quería ni podía permitirme.

—Gra-gracias —balbuceé.

Devolviendo sus manos a mi cabello, lo sujetó con suavidad mientras lo dividía en mechones que comenzó a cruzar... llevándome a revivir aquellas extrañas veces en que él se ofreció a trenzar mi cabello. Me gusta tu cabello, solía decir, moviendo sus dedos por mis claras hebras con destreza.

—Dame una cinta —dijo, devolviéndome al ahora.

Alcance una azul cielo y se la tendí, sintiendo un estremecimiento interior cuando sus dedos rozaron los míos. 

—Bien, vamos —dijo, sujetándome de un codo.

—¡Espera! —Le detuve, soltándome de su agarre para dirigirme al armario con una repentina idea.

—Macy... —gruñó, justo cuando abría las puertas, deteniéndome un segundo por una punzada de duda.

—¿Qué haces? —preguntó.

Gire un poco el rostro, divisándole de pie frente a las puertas ya abiertas. Su semblante tintado con curiosidad. Entonces, pese a cualquier renuencia que aquella sensación de ensueño dejaba, decidí seguir lo que mi corazón dictaba.

Busqué la pequeña caja que Cyna había escondido en el fondo, junto a las cartas de Tyrone, y cogí lo que celosamente había guardado en su interior.

—Dame tu mano —Le dije.

—¿Para qué? —Medio gruñó, pero de todas formas se acercó tendiéndome su mano izquierda.

Sin permitirme titubear, sostuve los extremos y rodee su muñeca con la pulsera que había estado confeccionando desde hace unas semanas, bajo las instrucciones de Cyna. Pequeñas cuencas de obsidiana, ámbar rojo y piedras volcánicas de Kuejt, entretejidas por hilos de oro, con un sol dibujado por el ámbar y una anilla de oro. Una idea que en un principio me pareció locura, surgida a partir de un desliz semanas atrás, en que dije a Lyssa y Cyna que Clim cumpliría años.

Mis titubeantes dedos tardaron un minuto en enganchar los extremos, para finalmente dejar ir su mano. Tragando a través del asfixiante nerviosismo, alcé lentamente la mirada, para encontrarme con sus sorprendidos ojos que observaban su muñeca. Una sonrisa intentó plantarse en mis labios.

—Y-yo... —balbucee, atragantándome con las palabras que apenas lograba formular en mi mente.

Él volvió a centrar su atención en mí, y antes de que yo fuera capaz de superar la confusa neblina que me envolvía, sonrió y dijo;

—Gracias.

Mi corazón pegó un brinco y mis mejillas comenzaron a arder, resaltando el hecho de que no se trataba de un sueño.

—Y-yo... creo que n-no es…

Sin darme tiempo a expresar una obvia negativa a la idea de abandonar mis habitaciones, sujetó mi mano y me jaló fuera. Enlazó nuestros dedos regalándome una traviesa sonrisa, que evocó la sombra del antiguo Clim, y corrimos escaleras abajo, hacia las puertas principales del Palacete.

En lo alto de los escalones que llevaban hacia la plaza central, fui envuelta por la cálida bruma de la festividad. Sobre varios mesones alrededor del lugar se acumulaban las bandejas llenas de carnes, pastelillos, bollos y dulces varios. Jarras con Jnah, vino y zumos de variados tipos, entraban y salían de las residencias colindantes. La música, mezcla de cuerdas, viento y percusión, armonizaba con las voces de las dos mujeres que cantaban a la primavera, de pie sobre el pequeño escenario a un lado de la fuente.

Mientras Clim me jalaba tras sus pasos internándonos entre la gente, y apenas unos metros antes de llegar al escenario, varios feliz cumpleaños fueron dichos y las miradas comenzaron a caer sobre nosotros. Una parte de mi deseó quitar mi mano de la suya, empero, la otra parte, simplemente me llevó a estrechar su mano con más fuerza.

Entonces, frente al pequeño escenario, Clim se detuvo con el suave cesar de la música. Tardé un momento en notar que toda la atención estaba puesta sobre nosotros, y que él parecía tan sorprendido como yo.

Alguien se aclaró la garganta sobre el escenario, haciéndose notar.

Era Lesson, y justo cuando mis ojos dieron con los suyos, todos gritaron un “feliz cumpleaños” comenzando a entonar la canción de los buenos deseos para el siguiente año de vida. Una tradición que si bien es habitualmente reservada para la familia y amigos, suele ser considerada como el verdadero inicio de una fiesta.

Con la garganta en un puño y los ojos irritados por las emociones que revoloteaban en mi pecho, fui incapaz de mover un solo dedo o ver a los ojos de alguien. El agridulce sentimiento que comenzó a echar raíces en ese momento, iba mucho más allá de la tristeza por lo que ese día marcaba, y la alegría que la amabilidad mostrada por Clim y toda la gente ahí reunida provocaba.

Simplemente, no podía asimilar que esa fuera la realidad.

Terminando el canto, los aplausos no se hicieron esperar, entretanto varias mujeres se acercaban para colocar collares de flores alrededor del cuello de Clim y el mio. Una nueva tonada comenzó a sonar y, todavía aturdida, fui abrazada por Lesson.

—Feliz cumpleaños, Macy —dijo a mi oído.

Con mi rostro en el hueco de su cuello, envuelta en su molesto calor y aroma a metal y cuero, tuve aquella extraña y familiar sensación... como a hogar. Algo que finalmente me permitió apreciar la realidad.

No obstante, solo fueron segundos de repentina paz en medio de la multitud, pues Clim dio tirón de la mano que tenía entrelazada con la suya. Lesson se apartó un poco, sonriéndome, con sus brazos todavía a mi alrededor, ignorando a Clim como solo él se atreve a hacer.

Sin darme tiempo a reaccionar, Clim me jaló más cerca, colocando una mano en mi cintura mientras nos conducía al centro de la multitud con un par de giros. Apenas había logrado mantenerme de pie un segundo en un solo lugar, con un ¿que haces? en la punta de mi lengua, cuando alguien más cogió mi mano y me jaló fuera del alcance de Clim. Antonia, una de las jóvenes nobles de Duhjía, me sonrió mientras nos mezclábamos entre la gente, en medio de una danza que inevitablemente me llevó a devolverle la sonrisa.

Era el tradicional baile a la primavera, consistente en giros y zapateos tanto por parte de las mujeres como los hombres, mientras vamos cogiéndonos de las manos en grupos de seis, cambiando de manos y grupos con cada pocos giros. Pasos sencillos que muchas veces son interceptados por niños, ansiosos de aprender y unirse.

Envuelta entre las cálidas risas y la agitada melodía, sintiendo que podía dejar el pasado muy atrás, fui moviéndome al ritmo de la música. Por entre los rostros familiares, logré divisar a Clim sujetando las manos de Antonia y Alice, justo antes de girar y encontrar mi mirada. Un segundo en que mi corazón dio un vuelco y una punzada lo atravesó después, logrando que perdiera el equilibrio en el siguiente giro.

Sin embargo, unos brazos sostuvieron mi cintura, apartándome del camino de los demás bailarines. Antes de poder procesar la situación, me hallaba a un lado de la muchedumbre, viendo a los ojos de Lord Tyrone de Zufhwyth, quien todavía mantenía sus manos en mi cintura.

—Lady Amace, ¿se siente bien? —preguntó, a lo que solo logré asentir, desviando la mirada en busca de Clim—. No lo parece... Aun así, me alegra verle fuera de sus habitaciones.

Me forcé a prestarle atención por sobre la música y la repentina necesidad de ver una vez más a Clim. Apartó sus manos de mi, aunque se mantuvo bastante cerca, más de lo que habría permitido si hubiese prestado verdadera atención a la situación.

—S-sí, bueno... Clim insistió en que me uniera a la fiesta —balbucee, queriendo golpearme un segundo tarde.

Pude ver en sus ojos que no pasó desapercibida la familiaridad con que llame al General de Radwulf.

—Ya veo —Le oí murmurar—. Entonces permítame felicitarle, Lady Amace. Mi más sincero enhorabuena por sus veinte años de vida, y mis mejores deseos para sus años venideros.

En un indudable gesto galante, sostuvo mi mano izquierda y besó suavemente mis nudillos... lo que me llevó a percatarme de que todavía podía sentir la calidez de la mano de Clim.

—Gra-gracias —murmuré, acalorada por algo más que el reciente baile.

—¿Le gustaría bailar conmigo? —preguntó, sin soltar mi mano y con una gentil sonrisa.

En mi titubeo, logré percatarme de que la movida música había cambiado a una más suave, perfecta para ser danzaba por parejas, por lo cual, la improvisada pista de baile tenía menos personas moviéndose por ella. Y, al otro lado, frente a una mesa llena de bocadillos, Clim estaba de pie junto a Lesson, inmersos en una plática hasta que los ojos de ambos dieron con los míos.

—Claro. —Asentí a Tyrone, enlazando nuestros brazos y permitiendo que así nos condujera a la pista.

Podía sentir los ojos de Clim sobre nosotros, mientras me deslizaba por la pista con las manos de Tyrone en mi cintura, tan solo confundiendo aún más mis ya revueltos sentimientos y pensamientos. Era imposible que él sintiera una décima parte de lo que entonces me ahogaba.

—Ahora que se siente más repuesta, ¿le gustaría acompañarme mañana?

—Por supuesto. —Asentí, quizá demasiado efusivamente, forzando una sonrisa a mis labios.

Me platico unos minutos sobre sus días en Duhjía, la ayuda que había traído consigo y los avances de que había sido testigo... pero todo ello no lograba mantener mi atención. Por sobre sus hombros lograba divisar a Clim, entre los suaves giros y pasos, más allá de los demás bailarines. Todavía junto a Lesson, él mantenía sus ojos sobre mi.

Sin embargo, tras un giro que nos alejó un poco más del lado en que Clim se hallaba, volví a encontrarle entre la gente... tan solo para perder el equilibrio. Alice y Antonia se habían acercado a él, y la primera se alzaba demasiado cerca de su rostro. Sus ojos en ella.

—Lady Amace —murmuró Tyrone, evitando que cayera al suelo con sus manos en mi cintura—, ¿qué ocurre?

Es imposible.

—Y-yo…

—¿Se siente cansada?

No puedo alcanzarle.

Asentí, permitiendo que me guiara fuera del camino de las parejas todavía bailando, hacia una de las bancas apostadas cerca de las mesas con alimentos. Una punzada en medio de mi pecho, se mantuvo hasta que logré dar un último vistazo hacia él tan solo para confirmar que Alice continuaba ahí, y sentir como mi garganta era apretada y mis pies perdían firmeza.

Que pensamientos tan tontos.

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