Capítulo XXIX.

 Clim finalmente arribó un par de horas después, por una de las puertas laterales de Palacio. Ahí le esperaba yo, viendo con un nerviosismo que me obligue a ocultar, como entraban, uno a uno, los carros en que eran transportados los piratas. A través de los barrotes, logré vislumbrar varios puñados de hombres y unas pocas mujeres, sentados muy juntos y atados de manos y pies con pesados grilletes. Pero mi atención se centró en él.

Sobre Sath, se acercó hasta donde me hallaba frunciendo el ceño.

Definitivamente no le agrada que esté aquí.

—¿Qué haces aquí? —gruñó.

Si… ni un poco.

—Oh, querido General, no debería hablarle así a la virreina de Radwulf. —Le dijo Wills, pasando su brazo sobre mis hombros, otra vez, en un abrazo quizá demasiado descarado.

Aunque no me molestaba.

—No te metas, Wills. —Le gruñó, para luego descender de su corcel.

Di un paso hacia él, dirigiendo mis manos a Sath. Acaricie su hocico sintiendo su cálido aliento sobre mi piel, y sentí su agitación mientras ignoraba a Clim. No tardó en maldecir y ordenar a Gale que guiase a Sath hasta su corral.

Fruncí los labios cuando les vi irse, escuchando como Wills reía a costa de su General, mientras los piratas eran bajados de los carros, uno a uno, formando una fila a la que eran atados con cadenas. No quería, pero inevitablemente recordé cuando había sido yo quien estaba atada de esa forma.

Me estremecí, segundos antes de que Clim cogiera una de mis manos y me jalase hacia el interior… Empero, un chillido sonó tras de mi.

Solo bastó un jalón a mi mano y Clim nos giró.

Antes de que pudiera procesar lo que sucedía, estabilice mis pies y voltee… tan solo para ver a una mujer con la espada de Clim clavada en el pecho.

La mirada enloquecida de ella comenzó a apagarse justo cuando Wills me jaló tras él, lejos de la escena, gritándole a alguien. Pero no entendía a quién, o qué. Ni siquiera estoy segura de haber respirado durante aquellos largos segundos. Eternos segundos en que procese lo cerca que había estado… el tan tangible e innegable hecho de que alguien intentó matarme.

De alguna forma termine en un sofá. Lyssa y Cyna llegaron hasta mí, la primera inclinándome hacia adelante mientras frotaba mi espalda.

—¿Quiere vomitar? —murmuró Cyna.

Sacudí la cabeza, pero ahí fue cuando me di cuenta de que me sentía mareada.

—Beba —ordenó Lyssa, acercando una taza a mis labios y enderezandome un poco para dar un sorbo—. Verhá, que Noemia venga cuanto antes.

—¡No! —chillé, alzando el rostro tan solo para volverlo a bajar por el consiguiente mareo—. No necesito… Yo solo…

Lyssa me volvió a instar a que bebiera, aunque tenía el estómago revuelto. Di un sorbo, pero la amargura pareció empeorarlo.

—Pero, milady… —murmuró Cyna.

—Yo… solo estoy… estoy procesándolo… —balbucee.

Poco a poco fui asimilando que Clim, él mismo Clim que me había sostenido tan gentilmente, mató una mujer frente a mi. Una herida semejante no tiene cura.

Sabía que fue él quien se enfrentó al Traidor, que fue su mano la que acabó con su miserable vida. Pero, saberlo y verlo son cosas tan diferentes. Completamente diferentes.

Casi podía sentir la sangre sobre mi piel, aunque sabía que no era posible, las sensaciones no me dejaban.

Por favor… no puedo ser tan patética.

No después de todo lo que he vivido.

Me abracé a mi misma, tomando profundas bocanadas de aire, hasta que escuche la voz de Noemia.

—¿Macy? —Se acercó y me enderecé de golpe, luchando contra las náuseas mientras le encaraba.

—No-no. —Le dije, sacudiendo tan solo un poco mi cabeza—. Yo… puedo con esto.

Le vi a los ojos, tratando de que comprendiera sin tener que decírselo. Esperando que me permitiera hacerle frente sin su ayuda.

—Como quieras —dijo, dando un paso atrás.

—Pero… —gimoteo Cyna.

Lyssa continuó frotando mi espalda, mientras me inclinaba y retomaba el control de mi respiración. Largos minutos pasaron y finalmente escuche la voz de Clim.

—¿Está bien? —preguntó.

—¿Tú qué crees? —Le gruñó Noemia.

—Por favor, no comiencen —Les pidió Lyssa.

Luego de un silencioso minuto, sentí que Clim se acercaba. Mi cuerpo se tensó involuntariamente, pero me obligué a no reaccionar así, tan miedosa. Él había protegido mi vida. Seguían siendo sus manos las que quería estrechar, seguía siendo él, y solo él por quien mi corazón clamaba.

—¿Macy? —inquirió, poniéndose de cuclillas frente a mi.

Alce el rostro, encontrándome con sus preocupados ojos.

Sigue siendo él.

Y entonces suspiré, permitiendo que su cálida presencia aliviase mi tensión. Me incliné hacia él, sus brazos me envolvieron, estrechándome con fuerza contra su pecho y pude sentirme tranquila otra vez. Pude respirar a través del cúmulo de emociones.

—Un día con demasiadas emociones —murmuré. Y todavía no terminaba.

Después de que le permití llevarme hasta mis habitaciones del Palacete, Clim permaneció a mi lado. Le observé durante un largo minuto mientras redactaba un documento sobre la mesita al centro de la sala, y daba vistazos al puñado de informes que Gale le había acercado. Sentada a su lado, hecha una bolita con la barbilla sobre las rodillas, sentía cada latido de mi corazón con una intensidad abrumadora.

Aunque una parte de mi seguía asustada, viendo como él continuaba su vida después de quitar una, en su mayoría sentía alivio de volver a tenerle cerca y una extraña paz al saber lo de Tyrone.

—Yo… —comencé, atrayendo su atención—, sé lo de Tyrone.

Frunció el ceño y dejó la pluma a un lado, para luego girarse un poco hacia mi.

—¿Y entonces? —inquirió, con un borde molesto que decidí ignorar.

—Podrías habérmelo dicho.

—Te dije que no te acercaras a él —gruñó.

—Ni siquiera le conoces.

Murmuró algo ininteligible mientras giraba, volviendo su atención a los documentos. Un gesto con el que reforzó mi pensamiento de que no tenía una verdadera razón para odiarlo, ni pretendía darle una oportunidad alguna a, por lo menos, una relación cordial.

—En fin. —Suspiré, más que dispuesta a cambiar de tema—. ¿Puedo pedirte algo?

—¡Ni muerto seré amigo de ese…!

—No es eso —Le corte, con toda la paciencia de que fui capaz—. Ahora que estás aquí, me gustaría que disminuyeras mis Guardias.

—Macy…

—No le veo sentido a tener tantos soldados a mi alrededor, cuando no me permites dejar el Palacete —Argumente, esforzándome en sonar “sensata”—. Es más bien un desperdicio de recursos. Ni siquiera los reyes tienen diez Guardias personales, y están perfectamente a salvo.

Gruñó una maldición y giró hacia mi, dándome una mirada más que molesta.

—No te hallabas precisamente aquí cuando llegué —dijo, recordándome la escena que aconteció entonces cuál golpe directo al pecho.

—Lo sé… —murmuré, desviando la mirada.

No pretendía olvidarlo, simplemente no quería permitir que la desagradable sensación creciera y terminase inmersa en pensamientos oscuros. Quería que aferrarme a su calidez no fuese algo malo.

Tras soltar un suspiró, él me abrazó.

—Lo pensaré —murmuró.



~~~*~~~



A la mañana siguiente deseaba comprobar algo. Tras deshacerme de las chicas, enviándoles a ocuparse de mis ropas limpias, las que debían estar tendidas bajo el sol que finalmente se había dejado ver en todo su esplendor, me deslice hacia la estrecha entrada oculta tras un lienzo de la sala. Unos escalones descendían eso de un metro, hacia un pasillo estrecho y largo que conectaba a otros escalones y habitaciones. Con una tenue lámpara de aceite en mano, me dirigí los escalones que creí, y acerté, conducían a la sala de Clim.

Sintiéndome repentinamente traviesa, me acerqué al lienzo con intenciones de hacerlo a un lado y entrar como si fuese la dueña del mundo, pero dentro estaba vació.

Estupendo, debí comprobarlo antes.

Decepcionada, dí media vuelta y en su lugar, más aburrida que nada, fui hasta el final del “pasillo” y bajé hacia un rincón desde el que pude asomarme. El pasillo exterior del primer piso, con sus arcos sencillos y caminos de piedra que llevaban en torno al Palacio, eran concurridos por soldados y algunas doncellas.

Recordando que mis Guardias, Guim y Altón, se hallaban custodiando las puertas hacia mis habitaciones, me dispuse a regresar dando media vuelta… empero, vislumbre a Clim. Acercándose por uno de los caminos de piedra, caminaba rodeado por varias mujeres. Tres Ladys y cuatro Doncellas, todas hablando con él con sonrisas.

Si…

Di media vuelta y volví a mis habitaciones, antes de que él me sintiera.

Tratando de disimular, cogí las anotaciones del maestro de la mesita de centro. Ya había terminado de leer hasta donde él escribió, pero el solo hecho de sostenerla… casi podía sentir al maestro junto a mi…

Entonces, deslizando mis dedos por la contraportada, creí sentir algo extraño. Lo abrí y moví las páginas, casi convenciéndome de que no se trataba de algo verdaderamente inusual, solo el típico cúmulo de arrugas a causa de la constante escritura y… lo note. Justo dentro de la contraportada, había un corte bastante grande en el cuero por el que se asomaba un poco de papel. 

Curiosa, con dedos un poco temblorosos y sudados, logré jalar el papel hacia fuera, descubriendo que era un trozo de pergamino doblado.

Entonces, lo desplegué…

Siento la necesidad de dejar escrito esto que he descubierto. Aunque tal vez me equivoque... tal vez solo sea una impresión errónea mía.

Solo los Dioses sabrán.

Siempre me he preguntado cómo es que los Bletsun terminaron siendo temidos y repudiados, cuando somos los más bendecidos por los Dioses. Siendo un reino tan arraigado a la continua alabanza, era ilógico que no fuera señalado algún momento en la historia como el “inicio”, por así decirlo, del desarraigo a los Bletsun. Solo sabemos que en algún momento fuimos parte de la corte de los reyes, y luego, sin más, vivíamos como extranjeros que nunca serían realmente aceptados.

Así que, poco a poco he ido investigando, tratando de trazar mejores registros de los antiguos Bletsun. Y después de más de una década, he logrado dar con un punto, hace casi mil años, que a mi parecer explicaría los temores y desavenencias con los Bletsun.

Todo comenzó cuando hallé en antiguos registros de Tallneh, constancia de la entrada de una mujer, que en aquella época carecía de un verdadero control portuario; extranjera, proveniente de un pequeño reino esclavista, sus acompañantes eran todos hombres, lo que inmediatamente llamó mi atención. Por antigua costumbre, las mujeres no viajan grandes distancias a solas con hombres, aunque estos fueran sus escoltas o familiares. Siempre habían dos o más mujeres.

Según los documentos de admisión en puerto, se dirigían a Onode. Pero en un exhaustivo análisis de los registros de dicha ciudad, no hallé informe alguno de su llegada. Incluso busqué en los registros correspondientes a todo un año, sin rastro alguno de la mentada mujer.

Sin mayor pista, volví a sumergirme entre los archivos de Real, perdiendo cualquier esperanza de hallar un rastro de ella. Hasta que, meses después, di con un registro bastante estropeado que llamó mi atención. Hablaba sobre un incidente en Pyuwen protagonizado por dos Bletsun, y su posterior fuga; con un informe adosado detallando los daños efectuados a varias propiedades y las lesiones de varios soldados. Algo bastante habitual de aquella época. Sin embargo, la mención de que testigos afirmaban haber visto cómo ambos Bletsun llevaban consigo a una mujer, fue más que inusual. Sobre todo al saber que se trataban de los Bletsun de Fuego y Hielo.

En cuanto pude, me dirigí a los registros de Pyuwen. Esa vez, llevando conmigo a Clim y Amace.

Consulté la desorganizada sección de aquella época, mientras ambos niños dormían. No teniendo el tiempo para desperdiciar. Hasta que di con un registro sorprendentemente bien conservado, donde aparecía el nombre de la mujer; para mi entera sorpresa, era un acta de matrimonio. Fechada eso de tres años después de haber llegado a Radwulf.

Lamentablemente no tenía cómo enlazar aquellos Bletsun con ella, por lo que dejé aquel registro donde había estado por casi mil años, volviendo a centrarme en mis alumnos.

Poco tiempo después, mi padre enfermó y tuve que volver a Ghnom por una breve temporada.

Aprovechando la inactividad, visite los registros de Ghnom, indagando por más información de los Bletsun que alguna vez nacieron ahí, o en cuyo caso, vivieron brevemente en las inmediaciones. Tuve grandes avances, puesto que no había vuelto más que un par de veces a la ciudad desde que me marché hace casi veinte años. Me encontré entonces con una vasta recopilación que complementaba perfectamente lo hasta entonces reunido. Solo que... algo inusual llamó mi atención.

Algunos breves informes tremendamente antiguos y casi indescifrables, mencionaban un “desastre violento” y una tormenta de “fuego y hielo”, como causante de deforestación y sequía. Intenté hallar algún informe claro, pero solo encontré documentos en tan mal estado que se deshacían al contacto con mis dedos. Así que entonces, viendo que las fuentes oficiales me llevaban a un callejón sin salida, recurrí a la última opción para un historiador; la voz popular.

En cuanto pude, y bajo el alero de la noche, me interné entre las pequeñas viviendas en la periferia de la ciudad, buscando aquel rincón que cada poco se formaba y desarmaba; donde las historias de miles de desconocidos podían ser escuchadas y hacer eco durante la eternidad. Casi me rendía cuando finalmente divisé una luz, en el rincón más alejado junto a un par de decrépitos troncos. Ahí, un pequeño grupo había encendido un débil fuego, reunidos en torno a este como si fuese capaz de protegerles del frío nocturno.

No mostraron señales de haberse percatado de mi presencia, pero el hombre mayor, al que los demás escuchaban con atención, se interrumpió en medio de una frase para dirigirme una mirada. Los demás voltearon, dándome un breve vistazo de sus perfiles antes de volver la mirada al fuego. A simple vista, no parecían ni siquiera tener la mitad de edad que el hombre mayor, quien fácilmente superaba los cien años.

Con una seña, el hombre me invitó a sentarme con ellos. Acepte silenciosamente, y escuche el resto de su historia con atención; se trataba de un antiguo enfrentamiento de los míticos Tamers y un grupo de Monstruos del Abismo que fueron invocados por un Traidor, cuyo nombre fue borrado de la historia.

Al terminar el relato, el silencio de la noche nos envolvió.

“Entonces...”, comenzó el viejo hombre. “¿Qué deseas saber?”.

Su pregunta, dirigida a mí, fue algo más que inesperada. Ya había estado preguntándome cómo iba a conseguir la información.

“Yo...”, murmuré, descartando revelar mi identidad. “Escuché que hace mil años las tierras de Ghnom eran tan verdes y vivas como Wllnah”.

“Así es”, asintió el hombre. “Ghnom solía ser una de las ciudades más fértiles de este lado de Radwulf, sólo comparada con Wllnah. Enormes campos verdes, rebosantes de flores y vida. Frondosos bosques que cubrían todo hasta donde alcanza la vista. No existía alma que no se planteara asentar su hogar aquí”.

Mi mente no lograba concebir semejante imagen. Para mi Ghnom siempre fue sinónimo de desierto, desolación y dolor.

“Pero todo cambió un día”, continuó, fijando su cansada mirada en las llamas. “En aquel entonces reinaba su majestad Greiff, con solo un puñado de Bletsun a su servicio, mientras que el resto usaban sus poderes divinos como medio de sustento. Hechizos de protección, brebajes sanadores... y hasta Guardias privados”.

“Nadie decía nada a no ser que cometieran un crimen, por lo que los Bletsun básicamente vivían ´a su modo´, en paz, y aunque llamasen la atención por su forma de vestir y expresarse, no dejaban de ser considerados una parte inmutable de la vida en Radwulf”.

“Pero entonces, no faltaban aquellos que se sentían poderosos y terminaban inmersos en problemas que los soldados no podían olvidar”.

“De alguna forma, dos de estos ´Bletsun problemáticos´ terminaron de camino a Preqk, cerca del amplio balneario rocoso de Ghnom. Un varón de Hielo y una dama de Fuego, pese a su evidente naturaleza opuesta, se habían asentado en un mismo pequeño hogar. Y por cuestiones que nadie parecía comprender, un día desataron la peor tormenta imaginable”.

Es increíble lo que puede hacer la imaginación humana. Un segundo me hallaba ahí, junto a un pequeño grupo, escuchando al anciano frente a una hoguera... y al siguiente, podía ver perfectamente como una columna de fuego se alzaba por entre un verde bosque, arrasando con todo hasta que una columna de hielo se le unió, conteniendo la fuerza devastadora...

“Fuego y Hielo se mezclaron en una especie de ciclón, arrasando con cada ser viviente a su alrededor, afectando a Ghnom más que a Preqk, a causa de la montaña que impidió su paso. Mucha tierra se perdió ese día, muchas vidas... Sin embargo, no quedó rastro alguno de los Bletsun que ocasionaron todo”.

“Cuando el polvo se asentó y los Bletsun enviados por el Rey revisaron la zona, sólo pudieron asegurar que ambos criminales dejaron su existencia terrenal. Solo quedaba confiar en que los Dioses juzgarían sus almas”.

Quiero ser completamente sincero en esto.

Me estremecí por completo con aquel relato.

En ese momento, dos Bletsun de la misma naturaleza que los que provocaron tal desastre, se hallaban a mi cargo. Tenía el deber de educarles... pero si cometía siquiera un pequeño error, la historia podría repetirse.

Casi un mes después de haber llegado a Ghnom, mi padre falleció. En cuanto me aseguré de que mi madre se hallaba bien, me dispuse a regresar, sintiendo que el Balkar que había vuelto a su tierra natal después de tanto tiempo... se marchaba, nuevamente, como una persona distinta.

Cuando llegué a Real, mis pupilos ya se hallaban ahí desde hace unos días, ansiosos de retomar sus clases, por lo que me esforcé en continuar lo que tenía planeado para ambos. No obstante, me fue difícil no estremecerme cada vez que usaban sus fuerzas frente a mi. El solo hecho de ver fuego o hielo, no dejaba de recordarme lo fácil que podía repetirse la historia, aunque una parte de mi quería aferrase al hecho de que las cosas eran “diferentes”.

Amace y Clim no son esos Bletsun. Mil años los separan. Una educación a consciencia y mucho amor, pueden hacer la diferencia.

Debo creer en ello.

La historia no se repetirá.

Me aseguraré de ello, aun si debo dar mi vida en el proceso.

Sentía la necesidad de dejar vestigio de lo que hallé, de todo esto, tanto para recordarme a mí mismo, en un futuro, que alguna vez titubee, así como para no permitir que esta parte de la historia de Radwulf se pierda.

Amilcar me permitirá compartir esta historia dentro de unos años, puesto que el miedo antaño arraigado en la población, todavía está en el aire. Mas nunca podremos saber qué deparará el futuro.

Los Dioses no permitan que mi amor por Amace y Clim perjudique a Radwulf.

Balkar de Ghnom.

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