Capítulo XXXI.

 Como se acercaba fin de año, muchas parejas se creaban o comprometían, ansiosos por dar pie a formar una nueva familia. Viendo a Lyssa y Lesson, su relación tan dolorosamente tierna, me preguntaba cuándo serían ellos los siguientes en unirse.

—Entonces, ¿Lesson piensa pedir tu mano? —Le pregunto Cyna un día, cuando Lyssa acomodaba mi desayuno en la mesa.

Yo acababa de dejar el lecho, todavía vestida con mi ligero camisón y una bata mal atada, y mi mente algo aletargada.

—¿Qué? —murmuré, viendo de una a otra.

Lyssa se ruborizo profusamente mientras Cyna reía a su costa, y yo me sentaba a la mesa con mi estómago rugiendo y la curiosidad despertándome.

—S-si, bueno… —balbuceo—. Ya lo hizo.

Cyna dejó de reír, congelada en su lugar cual estatua por un largo minuto, para luego pegar un chillido y saltar emocionada.

—¡Por todos los Dioses!… ¡Tendremos que preparar todo… el lazo, el vestido, la fiesta…!

—¡Cyna! —Le detuvo Lyssa, alzando las manos en un gesto desesperado—. No habrá boda.

—¿Por qué? —murmuré, siendo eco de Cyna.

Lyssa se removió, con la mirada en las puntas de sus zapatos y sus manos estrujando el ya arrugado delantal.

—Yo… todavía es pronto… —balbuceo.

—Oh, vamos. Hace años que está loco por ti… a no ser… —Cyna entrecerró sus ojos sobre ella, sonriendo con cierto aire travieso que su tono aseveró—. ¿Es por su edad? ¿Te preocupa que alguien vea mal vuestra unión?

—Espera —dije, alerta ante tal información—, ¿su edad?

Lyssa gimió, cubriendo su rostro con las manos, y Cyna rió mientras asentía efusivamente.

—Si. Lesson es menor que Lyssa…

—Cyna… —gimoteo ella, dándole una mirada molesta.

—Hace poco dijo que ya tiene dieciocho años —continuó diciendo, ignorándola—. Aunque nunca ha querido decir cuando es su cumpleaños, al menos admite que es más joven de lo que aparenta.

Dioses…

Fijé mi mirada en el vaso con zumo sobre la mesa, intentando comprender la extraña sensación que dicha información provocó en mi pecho.

Lesson tiene dieciocho años… los que tendría...

Sacudí la cabeza y volteé hacia Lyssa encontrándome con sus ojos. La mezcla de sentimientos que vi ahí, revolvieron mi vientre con una calidez… extraña.

—La edad no tiene nada que ver —dijo.

—Si es así, ¿por qué no se casan? —inquirió Cyna.

—Es… —boqueó, desviando la mirada mientras se retorcía—. No puedo decirlo.

Sin más, dio media vuelta y se marchó.

—Oh, creo que la presione demasiado —dijo Cyna, luego de un largo e incómodo minuto.

—Solo… —Tome una bocanada de aire y alcance mi zumo—, hay que darle espacio. Ambas nos disculparemos por presionarla y meternos donde no debíamos.

Asintiendo, Cyna me acompañó comenzando una plática insustancial.

Días después, me hallaba en mi sala tras una hora de correr y ejercicios varios, y el consiguiente baño de agua fría que logró revitalizarme. Lyssa cepillaba mi cabello tras de mí, alegando que debía permitirle atarlo. A lo que me negaba rotundamente.

—Pero se le enredará —alegó, con un borde molesto.

—Al menos una hora, Lyssa. No hay nada de malo en que lo deje así por una hora. —Medio gruñí.

Ella suspiró y volvió a la alcoba, berreando cuan insoportable me volvían los caprichos. Una sonrisa tiró de mis labios, divertida ante tal berrinche, y más que agradecida por su compañía.

Cuando Cyna y yo nos disculpamos por haberle preguntado y presionado en algo que ella no estaba dispuesta a compartir, no quiso aceptar hasta que la disculpamos por haberse retirado de aquella forma tan brusca. Y así concordamos obviar el tema, centrándonos en las cosas importantes.

Sonaron unos golpes en las puertas, justo cuando Lyssa volvía de haber dejado mi cepillo en la alcoba. Fue entonces a atender, entretanto me inclinaba para coger la tibia taza de té que Cyna me había dejado en la mesita.

—Adelante, milord —dijo, dejando pasar a Tyrone.

—Tyrone, ¿qué tal? —Sonreí, palmeando el lugar a mi lado.

—Bien. Espero no interrumpir —dijo, sentándose con una sonrisa titubeante.

—Descuida —dije.

—¿Le gustaría beber algo, milord? —Le preguntó Lyssa.

Él le dirigió una sonrisa, sacudiendo ligeramente la cabeza.

—No, muchas gracias señorita Lyssa. En realidad… ¿podría darnos unos minutos?

Lyssa me dio una mirada sorprendida, evidentemente esperando que consintiera o no semejante petición. Lo lógico, y dado a que la orden de no dejarme a solas con alguien que no fuera mis Doncellas y Guardias, además de Noemia, los reyes o Lesson, seguía en pie… debía negarme. Pero la confianza y curiosidad se impusieron.

—Está bien —murmuré.

—Con vuestro permiso. —Se despidió con una pequeña sonrisa, para luego desaparecer por la puerta oculta tras un lienzo.

Si los chicos supieran…

—Sabes que no intento meterte en problemas, ¿verdad? —inquirió Tyrone, luego de un tenso minuto.

—Bueno, mi problema suele gruñir mucho, pero es manejable —respondí, sonriendo en un intento por aligerar el ambiente.

Una sonrisa tiró de sus labios, sacudió la cabeza y se puso de pie, arrodillándose frente a mí segundos después. Sostuvo mis manos mientras me engullía la sorpresa, e intentaba darle sentido a lo que ocurría.

—Amace… —comenzó, viéndome a los ojos con una seriedad que agitó mi estómago—, he estado pensando… Eres una de las pocas personas que me conocen de verdad, que me ha dado la oportunidad de ser yo mismo sin la sombra del Traidor detrás.

»Realmente me gustas, cada parte de ti que que has mostrado y aquello que ocultas. Todo de ti es único y precioso.

»Quiero estar ahí cuando necesites dejar salir tus penas y tormentos, quiero estar a tu lado en cada paso. Macy, ¿me permitirías ser quién te sostenga? ¿Querrías formar un hogar conmigo?

Deje de respirar, ahogada en la sinceridad y el cariño reflejado en sus ojos. Pudé, sin esfuerzo alguno, imaginar un futuro a su lado. Palpe durante un largo minuto, con los ojos cerrados, una vida que creí perdida, un hogar, unos niños, una tranquila vida pintada con nítidos trazos… que una certeza difuminó.

Abrí los ojos con una parte de mi impulsando a decir que , a aceptar lo que sin duda sería perfecto, pero que me convertiría en una persona egoísta, alguien que no quería ser.

No podía mentir a un hombre tan bueno como Tyrone.

—También me gustas, Tyrone. Eres un hombre maravilloso… —dije, viendo a sus ojos con todo el valor que logré reunir.

—¿Pero? —inquirió, con un borde dolido que casi, casi logró que me dejase llevar.

—Lo siento. Sé que sería maravilloso, pero no soy capaz de engañarte ni engañarme. No puedo aceptar tu propuesta cuando mi corazón pertenece a alguien más.

Asintió, dirigiendo su mirada a nuestras manos. Las mías, todavía entre las suyas, luchaban por mantener una frescura que a él no parecía molestar, algo que de una forma un tanto extraña agradecí.

—Entiendo —Me dirigió una pequeña sonrisa—. Me gustaría convencerte de lo contrario. Pero no deseó agobiarte, basta con que sepas estaré aquí sí me necesitas o quieres intentarlo. Solo… ¿acierto en suponer que se trata de Clim?

El calor encendió mi rostro ante tal supuesto.

¿Soy tan obvia? Dioses…

La sonrisa de Tyrone no ayudó a disminuir mi acelerado pulso y el molesto calor que se adueñaba de mi rostro y cuerpo. Si él era capaz de percatarse… oh, queridos Dioses…

—Espero que él logré apreciarte —dijo, para luego despedirse dejando un beso en mi frente.

No fui capaz de decir algo para detenerle, quedándome con una extraña sensación... que el consiguiente y brusco abrir de las puertas explicó.

Clim vio salir a Tyrone.

Tras un vistazo a la sala, en que evidentemente comprobó que había estado sola con Tyrone, entrecerró los ojos sobre mi. El calor que emanaba de él se sumó a la calidez del ambiente que hasta entonces había logrado ignorar, logrando que el calor sobre mis mejillas fuese por enfado.

—¿Por qué estabas a solas con ese imbécil? —gruñó.

Quizá debí aceptar la propuesta de Tyrone, me gruñí, sabiendo que aún tan gruñón como es, Clim ha sido el único hombre con quién he deseado formar una familia. El único que mi corazón anhela…

—Sólo fue un momento, Clim. ¿Puedes calmarte? —Le dije, con el tono más neutral del que fui capaz.

Maldijo y dio un par de furiosos pasos en mi dirección. Su ceja derecha palpitando mientras rascaba su nuca y sus ojos se perdían por la estancia, a todas luces luchando contra su injustificada furia. Seguramente más que justificada para él.

—Clim —Le llamé, esperando que sus ojos dieran con los míos antes de continuar—, entiendo que no te agrada Tyrone, pero es de mi entera confianza. No hay nada de malo en que estemos a solas unos minutos…

—¡¿Cómo que no hay nada de malo?! —gruñó.

—Solo platicamos —Argumente—. Nada inapropiado ocurrió en esos cinco minutos…

Una maldición salió de sus labios, interrumpiéndome y acrecentando mi propio enfado.

¿Cómo se atreve a enfadarse conmigo por algo así?

Apenas logré contenerme de responderle con igual hostilidad, y dejar salir todo lo que había callado hasta entonces… cada cosa que, sabía, dejaría a su paso un enorme vacío.

—¿Se puede saber de qué iba la platica para necesitar tanta privacidad? —gruñó lentamente.

Me force a mantener la boca bien cerrada, pensando cuidadosamente cada palabra que le diría.

—No es de tu incumbencia —dije.

Ni que estuviese tan loca para decirte que Tyrone me quiere como esposa.

Entrecerró sus ojos sobre mí, tenso, con el palpitar de su ceja anunciando que estaba pensando en cómo sonsacarme información.

Entonces pensé, queriendo deshacerme de la incomodidad y el enfado, que era un buen momento para contarle de la nota del maestro. Desviar su atención me pareció la mejor forma de mantener para mi lo ocurrido con Tyrone.

—Clim…

Un sonido extraño me detuvo, mezcla entre el típico replicar de unas campanas y el silbido de un vendaval. Parecía proceder desde todas direcciones, desde la misma estructura de Palacio, envolviéndome cual manta.

Di una mirada a Clim, más que sorprendida, tan solo para encontrarle con la mirada hacia el cielo raso.

—¿Qué es...? —Inquirí, alzando la voz para hacerme oír.

Sin darme tiempo a resistirme, él dio los pasos que nos separaban, cogió mi mano y me jaló hacia las puertas. Su repentina prisa ni siquiera menguó cuando Verhá y Guim le preguntaron qué ocurría, simplemente se apresuró hacia Palacio.

—¿Cl-clim? —balbuceé luego de un par de minutos, con el estridente sonido desvaneciéndose.

—El Oscuro libro del Caos —dijo—, alguien trató de robarlo.

Me estremecí ante la sola mención de semejante libro, mientras mis Guardias maldecían a pocos pasos tras nosotros. Fuimos hasta la Gran Biblioteca, ubicada justo detrás del salón del trono. Una amplia estancia de cinco niveles, largos pasillos de estanterías rebosantes con libros y en menor medida antiguos pergaminos. Una zona en particular, justo al centro, había sufrido los peores daños cuando el Traidor robó el libro. Y justo ahí encontramos a Noemia.

Podía palpar su tensión.

—¿Quién fue? —Le preguntó Clim, deteniéndose a su lado y soltando mi mano para hacerle una seña a uno de los soldados.

—¿Crees que estaría aquí si hubiese encontrado al responsable? —Le gruñó ella.

Ignorando su tosco intercambió, di una mirada a nuestro alrededor. Cada recodo y cada luz cuidadosamente colocada, proyectaba luces y sombras que parecían moverse. Casi como si tuviesen vida propia.

—Como sea, es bueno que vinieran de inmediato. Necesitaré que me ayuden a reforzar las defensas.

Aquellas palabras de Noemia, aunadas al leve gruñido de Clim, me instaron a dejar de buscar entre las sombras.

—Por supuesto, solo dime que debo hacer —Le dije.

Ella esbozó una leve sonrisa, enlazando su brazo con el mío.

—Gracias, pero esperemos a que lleguen los demás.

Asentí, escuchando ligeramente como Clim daba órdenes a algunos soldados.

El impulso de dar una mirada me superó y, contra toda sensatez, fije mis ojos en el Oscuro libro del Caos. A simple vista parecía un viejo libro de doradas hojas y cuero negro desgastado, posado sobre un pedestal de piedra y en medio de un sello dibujado sobre el suelo con brea. Pero la fuerza contaminada que emanaba, atravesando la cúpula de cristal encantada que le cubría, resaltaba su presencia incluso a los humanos comunes.

Espero que nunca vuelva a caer en las manos equivocadas.

Comentarios

Entradas populares