Capítulo XXXII.

 Una vez nos reunimos trece Bletsun en la Gran Biblioteca, Noemia nos posicionó en torno al libro, un paso fuera del sello, y nos enseñó el conjuró a recitar.

“Luz que protege y guía, dame las fuerzas y el aliento para escudarme del mal. Excelsis Sefhvíx, permite que esta barrerá contenga el mal, permite que tu gracia repele toda intrusión. Los hijos de la gracia humildemente lo pedimos”.

Con nuestras manos alzadas en dirección al libro, repetimos las palabras una y otra vez. Poco a poco, el sello de brea fue aclarándose, brillando en una suave gama de colores que nos envolvieron. No obstante, podía sentir perfectamente como ese sello iba absorbiendo mi magia, sin duda, lo mismo que sentían los demás.

Sólo nos detuvimos cuando la Bletsun de los Cultivos, Midra, perdió el equilibrio.

—Bien, con eso bastará. Gracias a todos —dijo Noemia, retirándose con Midra recargada en ella y un joven llamado Drave, a quien todavía no tenía el gusto de conocer, siguiéndolas.

—Vamos, tienes que descansar —dijo Clim, jalando de mi brazo en la dirección contraria.

Sin energías para resistirme, enlace mi brazo con el suyo y camine a su lado en dirección al Palacete. Sin embargo, apenas habíamos pasado por la primera intersección de pasillos cuando un soldado nos alcanzó.

—General, milady —dijo—, sus altezas requieren de vuestra presencia en el Salón Azul.

—Estupendo —murmuró Clim, despachando al soldado con un brusco gesto mientras nos giraba.

Recorrimos el mismo camino por el que acabábamos de pasar, yendo más allá de las puertas de la Gran Biblioteca hacia el jardín central en que se hallaba la Glorieta de Unión, y con prisa a las primeras puertas que se abrían mostrando el Salón Azul. A pocos pasos de la sala del trono.

—… rosa —decía la Reina—, y algunas plantas junto a las ventanas.

El Rey nos dirigió una mueca.

—¿Rosa? Clim, ayúdame a quitar semejante idea de la cabeza de mi esposa —berreó.

—¿Qué idea? —inquirí, apartándome de Clim en dirección al sofá frente a los Reyes.

Ya no podía permanecer de pie.

—Solo sugerí que podríamos cambiar el Salón Azul a Rosa —respondió la Reina, a lo que Clim gimió.

—Estas loca —dijo, negando suavemente mientras iba tras de mí.

—Oh, podría ordenar tu encierro por ese insulto —gruñó ella, a lo que el Rey y Clim bufaron—. ¿Qué? Yo podría

Me dirigió una mirada infantil, prácticamente rogando que le apoyase.

—Por supuesto —murmuró Clim, lleno de sarcasmo, acomodándose a mi lado con mala cara.

—Mejor centrémonos en lo importante —dijo Ambón, cogiendo la mano de su esposa con una pequeña sonrisa, que creció cuando ella le gruñó algo ininteligible—. ¿Cómo se sienten?

Me disponía a responder un “bien, alteza”, pero Clim se me adelantó con un gruñido.

—Lo suficientemente cansados como para querer golpearte por llamarnos aquí.

El Rey ni siquiera se inmuto ante tal falta de respeto, se limitó a dirigir su atención a mi, con una ligera sonrisa.

—Reforzaron el sello, ¿no? Aunque no fue atravesado, Noemia no puede evitar preocuparse… 

—Simplemente no quiero que caiga en manos equivocadas… —dijo Noemia, sorprendiéndome. Aparentemente había ingresado por el pasadizo—, otra vez.

—No va a… —gruñía Clim.

—Ya rompieron el sello una vez, Clim. Mientras haya un solo aliento en mi pecho, me aseguraré de que la historia no se repita.

Un escalofrío recorrió mi espina ante sus últimas palabras, recordando aquella nota que comenzaba a asentarse sobre mis hombros como una literal “carga pesada”.

—Lo que me recuerda —continuó Noemia—. Dado lo ocurrido, Macy necesita saber…

—No. —Le gruñó Clim, interrumpiéndola. Se puso de pie y volteo hacia mí, dándole la espalda—. Andando, Amace.

Intentó coger mi mano, pero me aparté, tratando de comprender lo que quería decir Noemia.

—Espera, ¿qué es eso que necesito saber? —inquirí, buscando su evasiva mirada.

—Nada, solo…

—Clim, Noemia tiene razón, Macy merece saberlo —dijo la Reina.

La observe poniéndose de pie. Una parte de mi creía que lo mejor sería dejar pasar aquello, pero al ver que el Rey la imitaba, manteniéndose en silenciosa tensión, supe que no podía dejarlo pasar. Era importante, en el fondo, lo sabía con una certeza dolorosa.

Murmurando una maldición, Clim trató nuevamente de coger mi mano, pero la aparté y di una palmada a la suya.

—¿Qué es? Dímelo —Le exigí.

Sus ojos dieron con los míos, pero tan solo unos segundos, apartándolos con lo que me pareció… miedo.

—Se lo dices tú, o yo se lo diré —dijo Noemia, cruzándose de brazos.

Di una mirada a los Reyes, descubriendo que se observaban en silencio, como si hablasen entre ellos sin palabras, como si… pudiesen leer la mente del otro.

—Entonces, nos retiramos —dijo la Reina, cogiendo el brazo de su esposo mientras él asentía suavemente—. Necesitan privacidad para esta plática.

Me dirigieron una pequeña sonrisa, con ojos cargados de preocupación, o quizá tristeza, y se marcharon atravesando las puertas.

—Hazel. —Le llamó Clim, pero ellos continuaron sin mirar atrás.

La tensión de Clim tan solo aumentó, cuando Noemia se inclinó más cerca de su oreja. Aún así logré escuchar algunas palabras.

—… no la subestimes… —Se apartó y me dirigió un asentimiento—. Si no te lo cuenta, espero que te animes a darle un par de bofetadas.

Sin más, dio media vuelta y fue tras los Reyes. Dejándonos solos. La tensión de Clim, un chaperón más que molesto.

—¿Clim? —Medio gruñí, cruzándome de brazos.

Él se removió, dirigiendo sus ojos a las puntas de sus botas. Suspiró y rasco su nuca, murmurando una sarta de coloridas maldiciones.

—¡Clim! ¡Simplemente dilo, estoy más que cansada de que me oculten cosas importantes! —Le grité, para luego sentir una punzada de culpa por la hipocresía de mis palabras.

—¡No ganarás nada sabiéndolo! —gruñó de vuelta, finalmente encontrándose con mi mirada—. Simplemente… no quiero que esto te lastime.

Enmudecí, abrumada por las ansias, la tristeza, el cansancio… ya ni siquiera estaba segura de qué era lo que quería.

¿Qué puedo esperar del mañana?

Clim suspiró y se arrodilló frente a mí, alcanzando mis frías manos. Incapaz de resistirme a su cálido y familiar toque, le observe, apartando mi mente del millar de posibilidades que no lograba formar con coherencia.

—Está bien —dijo—. Sé que tienes derecho a saberlo, más allá de lo que yo crea correcto para ti —Dio una mirada a nuestras manos, para luego clavar sus ojos en los míos con… culpa—. Cuando te traje a Palacio la primera vez, Noemia te defendió no solo porque siempre creyó en tu inocencia. Ella vio algo en tus recuerdos que la desconcertó, y que podría arruinar todo.

»Macy, el Traidor era un noble que Noemia conocía por sus constantes idas y venidas a Palacio, y por las sospechas que el maestro tenía sobre él. Sé que leíste sobre ello en sus anotaciones. —Asentí suavemente, más por inercia que voluntad—. Tu carcelero… él hombre que vio Noemia en tus recuerdos, no era Tarsinno de Wllnah.

¿Qué…?

El pánico apresó mi pecho.

No.

Los recuerdos golpearon mi cabeza con fuerza, estremeciendo cada pequeño trozo de mi ser. Envolviéndome en la oscuridad.

Es mentira.

Mis pulmones exigían aire.

—Macy, tranquila. Estás a salvo ahora, no permitiré que te alcance —murmuró Clim, envolviéndome con sus brazos y calor.

Pese a tales palabras y gentileza, no lograba inhalar el necesario aire, sintiendo que perdía algo más que el control sobre mis fuerzas…

—Estarás bien, Macy… Ya no eres esa niña asustada y rota.

¿Es así?

Poco a poco logré respirar, aferrándome a él, convenciéndome de que sus palabras eran ciertas. Permitiendo que me guiase fuera de la espesa oscuridad.

—¿Lady Amace? —La voz de Cyna llegó a mis oídos, más no fui capaz de apartarme de él.

Necesitaba su calor tanto, pero tanto, que ahí donde debían surgir la prudencia y el decoro, solo intentaban surgir esas palabras. Las que, creía, romperían lo único que había entre nosotros. La amistad que me ofrecía.

—¿Puedo cargarte hasta tu habitación? —inquirió, deslizando una mano por las hebras de mi cabello en un gesto inapropiado, pero extremadamente gentil.

Asentí suavemente, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello. Sus brazos se deslizaron a mi alrededor, y sentí como sostenía mi peso sin siquiera soltar un quejido. Algo que podía deberse a mi bajo peso o, quizá, a su fuerza. Sin embargo, me sentía demasiado agradecida de no tener que caminar.

Las voces de mis preocupadas Doncellas nos siguieron, hasta que Clim me depositó sobre mi lecho. Solo entonces reuní el valor de verle a los ojos, repitiéndome a mi misma que era capaz de aceptar la realidad. Que nunca más sería esa niña asustada y rota, como dijo Clim… que nadie volvería a lastimarme.

Mentira… 

—¿Vas a estar bien? —preguntó.

Tragué el nudo alojado en mi garganta, murmurando un con una repentina y exigente necesidad de alejarlo.

Necesitaba procesar la realidad.

—S-si. Necesito descansar —murmuré.

—Nosotras cuidaremos de Lady Amace —dijo Cyna.

Ella y Lyssa esperaban en las puertas, instándole silenciosamente a abandonar mis habitaciones. No con hostilidad, pero sí con cierta urgencia, tal vez provocada por mi estado de ánimo. Frunciendo el ceño asintió, y tras dejar un breve beso en mi frente nos dejó sin más palabras. Las chicas cerraron las puertas y me ayudaron a desvestir en silencio, algo que agradecí profundamente.

Me sentía tan cansada, por tantas cosas, tantas emociones en tan poco tiempo. Y sé que debía agradecer no estar encerrada, pero había sido más sencillo tan solo sentir miedo en soledad, que aquella abrumadora mezcolanza que no me permitía siquiera conciliar el sueño. Pese a lo agotada que me sentía.

Pedí a Suphnos paz en mis sueños, una y otra vez hasta que finalmente perdí la conciencia, envuelta en el más confortable olvido.

Cuando volví a abrir los ojos, aquella mañana que rápidamente era calentada por el Sol, fui golpeada por la más agridulce certeza. La misma que me impulsó fuera del lecho y hacia el Atrio, donde fundí mis pensamientos en una larga carrera y flexiones en las que Wills y Altón se incluyeron, luciendo sus “habilidades” de una forma tan cómica, que poco a poco fui recuperando mi sonrisa.

Momentos así, improvisados, despreocupados y divertidos, eran los que quería en mi vida. Los que agradecía y necesitaba para mantenerme de pie ante la tormenta dentro de mi.



~~~*~~~



Las chicas llegaron al Atrio, buscándome con expresiones más preocupadas que molestas. Ya me sentía preparada para retomar mis deberes, aunque una ligera sombra de la realidad se asentaba sobre mi consciencia.

Mi carcelero seguía libre, impune de sus crímenes. Un hecho que no dejaba de erizar mi piel y llenaba de dudas mi mente. No obstante, también estaba el hecho de que no había dicho nada sobre la nota del maestro, y el pequeño detalle de aquello que la declaración de Tyrone plantó en la punta de mi lengua.

Si… los Dioses saben que lo tenía más que difícil conmigo misma.

Las chicas me acompañaron al comedor privado de la familia Real, ya limpia y bien vestida, donde, me habían dicho, los Reyes habían pedido que los Bletsun se reunieran. Me dejaron en las puertas, desde donde pude divisar los familiares rostros.

Sonriendo como mejor pude, mientras me dirigía al asiento libre entre el Rey y Drave, vi de reojo a Clim y Noemia sentados en el lado contrario.

Todos los varones se pusieron de pie, incluso su majestad Ambón.

—Buenos días —saludé, inclinándome ligeramente ante sus altezas.

Los “buenos días” resonaron a mi alrededor, y tomé asiento sintiendo la mirada de Clim sobre mi.

—¿Ha descansado lo suficiente? —Me pregunto el Rey, tras hacerle una seña a Nana Bubilleú.

—Sí, más que suficiente —respondí.

Las Doncellas y Mozos comenzaron a servir el desayuno, y pronto me vi envuelta en una tranquila platica con Drave sobre las propiedades de los alimentos. Como el Bletsun de la Medicina y pese a sus breves catorce años, me enseñó pequeños sorprendentes datos, como el de las propiedades antioxidantes de los arándanos y las limas.

Al terminar, todos nos despedimos y me apresure en volver al Palacete, queriendo encargarme de todo lo pendiente del día anterior. Teniendo en cuenta lo temprano que había ido a la cama, temía encontrarme con más de lo que pudiese manejar. Altón y Verhá me seguían a pocos pasos, pero la voz de Clim nos detuvo.

—¡Amace!

Giré y, aunque esperaba simplemente ver qué necesitaba, él cogió mi mano jalándome más allá del recodo del siguiente pasillo.

—¿Qué pasa? —inquirí, algo más que sorprendida.

Parecía molesto. Tanto así, que los chicos no se atrevieron a seguirnos. Murmuró algo ininteligible, soltó mi mano y volteo, removiéndose con el ceño fruncido.

—¿Segura que estás bien?

Su sincera preocupación agitó mi vientre y amainó mis preocupaciones, recordándome que al menos podíamos ser “amigos”. Aún cuando nunca dijese las palabras encerradas en mi pecho, todavía tenía ese poco de él.

—Si, sólo… Necesito algo de tiempo y ocuparme de mis deberes.

Mis palabras no le convencieron. Comenzó a rascar su nuca y clavó su mirada en mí como si quisiera desentrañar algún misterio. No que le estuviese mintiendo.

—¿Qué? Sé que debo confiar en mi misma. Ya no soy una niña, puedo continuar con mi vida sin desmoronarme por algo así. —Detuvo su mano, alzando una ceja en un gesto que parecía gritar “no te creo”—. Gracias por preocuparte de mi, Clim. De verdad, no te imaginas lo agradecida que estoy de que podamos ser amigos otra vez.

—¿Amigos? —murmuró, relajando su postura.

—Si… ¿te parece si charlamos de esto luego? Quiero…

Sus manos sostuvieron mis mejillas cortando mis palabras, y antes de que pudiera asimilar el gesto por sobre su calidez… sus labios se posaron sobre los míos.

Una caricia tan inesperada… tan íntima.

El aire no entraba ni salía de mis pulmones. Paralizada durante un largo minuto, fui incapaz de procesarlo… su calor, la gentileza con que sus labios acariciaron los míos abriéndolos a su intrusión.

Cerré los ojos estremeciéndome por completo, sintiendo que mi piel se erizaba y el calor me envolvía. Ahogándome más allá de lo físico, mucho más profundo de lo que mi pecho debería ser capaz de albergar, mientras la agridulce emoción trataba de abandonar mi garganta.

Lo amo.

De repente, él se apartó.

Poco a poco abrí los ojos, enfocando los suyos mientras mi corazón comenzaba una desenfrenada carrera y mis mejillas ardían con intensidad.

Parecía… sorprendido.

La calidez que dejaron sus manos en mis mejillas y la dulce sensación sobre mis labios, borraron cualquier posibilidad de que todo hubiese sido un sueño. Un deseo tomando tanta fuerza que se sintiese real.

No, fue real.

Clim me beso.

Oh, queridos Dioses…

Él desvió la mirada, removiéndose incómodo. Un gesto que provocó una punzada en medio de mi pecho.

¿Acaso…?

—¿Por qué…? —murmuré antes de poder contenerme.

Tras lo que pareció una eternidad, él cerró los ojos y agitó la cabeza, soltando el aliento antes de volver a clavar su mirada en la mía.

—No es nada, olvídalo. Solo… —Tomó aliento tensando su postura—, se me apeteció, Amace. No es la gran cosa… 

Pude notar el preciso instante en que se percató de lo que acababa de decir, incluso cuando la vergüenza y furia empañaron mi visión. No obstante… no estaba de humor para soportarlo. Sin darle tiempo a formular una vana disculpa, alce mi mano y golpee su mejilla. Mi palma picó y ardió, en una clara señal de cuánta fuerza había utilizado, pero completamente insignificante en comparación a lo que sentía desgarrando mi pecho.

¿Cómo se atreve?

Dí media vuelta esforzándome por respirar a través de las lágrimas y el dolor, la angustia y los sueños rotos que él tuvo la inconsciencia de patear, y corrí en dirección a mi habitación.

—¡Macy! —Le escuché llamarme, antes de girar en un recodó.

Antes de darme cuenta, me hallaba tras las puertas de mi alcoba, temblando y jadeando, ahogada por las lágrimas que no pude contener por más tiempo. Apenas logré acercarme al lecho, perdiendo las pocas fuerzas en mis piernas y golpeando el suelo con mis rodillas mientras un sollozo arañaba desde mi pecho.

¿Cómo se atreve a besarme y… y… ?

¡¿Cómo puede ser tan egoísta?!

¿No podía dejar todo como estaba?

¿Acaso pretendía “rascarse una necesidad”, como burdamente había escuchado decir a los chicos?

Me sentía demasiado agobiada por la rabia y la vergüenza. Pero, sobre todo, triste. Me entristecía importarle tan poco mis sentimientos, que las promesas y los recuerdos de nuestra infancia hubiesen tenido tan poco valor para él. Me ahogaba en un dolor que fácilmente superaba aquellos diez años… y que, para mi entero estupor, no daban cabida al odio o rencor.

Era incapaz de odiarlo, pese a cómo me había tratado en un principio y acabase de decir algo tan horrible… no podía.

—¿Macy? —murmuró Lyssa, haciéndome saltar mientras me envolvía con sus brazos.

—¿Qué ocurrió? —inquirió Cyna.

Jadeé entre las lágrimas, incapaz de decir siquiera una palabra. Demasiado abrumada como para darles una excusa o intentar ocultar mi dolor.

—Ya, Macy. Dejalo salir —murmuró Lyssa, acariciando mi espalda.

Me aferre a ella, estremeciéndome, jadeando y lloriqueando como nunca habría hecho, de no haberme sentido tan abrumada.

Cuando finalmente logré calmarme, presa de un cansancio tanto físico como emocional, Cyna me instó a recostarme y permitirle aplicar compresas frías sobre mis hinchados ojos. Ninguna dijo nada más, hasta que finalmente rompí el silencio.

—Clim es un idiota —murmuré.

—Debí suponer que se trataba de él —gruñó Lyssa.

—No es un hecho que pase desapercibido, milady —dijo Cyna, cambiando la compresa.

Mantuve mis cansados ojos cerrados, intentando armarme de valor.

—Aunque el General suele ser un líder ejemplar, tiende a ser descuidado en otros temas… —continuó Cyna—. Por lo que no creo quisiera lastimarle.

—Oh, no sé Cyna. Siendo tan hosco, la única mujer que he visto a su alrededor es Hazel, y ella no suele ser tan paciente como Macy. Esta vez tiene que haber sobrepasado su nivel de estupidez. —Acotó Lyssa.

Lentamente me retiré la compresa de los ojos, entrecerrando los ojos a sus figuras. Lyssa, a mi lado izquierdo, permanecía con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido, mientras que Cyna se inclinaba hacia la fuente sobre la que estrujaba una compresa.

—Yo… —murmuré, atrayendo sus miradas. Tragué y suspiré, dándome un pequeño empuje mental—. Lo amo.

—Lo sabemos —dijeron al unísono, para mi sorpresa y vergüenza.

¿Realmente soy tan obvia?

—Ough —gemí, volviendo a cubrir mis ojos.

La vergüenza que calentaba mis mejillas, se mezclaba con alivio y una pizca de alegría que tiraba de mis mejillas hacia una sonrisa. Una triste sonrisa.

—Si le sirve de consuelo, él tampoco logra disimular —dijo Lyssa.

—Él no… —murmuré, sin siquiera saber que negaba.

—Milady… —comenzó Cyna, pero su silencio me llevó a alzar la compresa para verle intercambiando una mirada con Lyssa.

—¿Qué? —inquirí.

Cyna desvió la mirada con una mueca y Lyssa soltó un gruñido antes de entrecerrar los ojos sobre mi, algo molesta.

—¿Qué fue lo que Clim le hizo? —preguntó, provocando que la escena se repitiera en mi cabeza.

Cada detalle que estremeció mi cuerpo. Casi podía saborear sus labios, casi me deje abrumar otra vez por las dulces sensaciones… casi.

… se me apeteció...

Me estremecí, luchando contra el calor que se acumulaba sobre mis mejillas. Queriendo aferrarme al piquete doloroso que persistía en lo profundo de mi alma.

—É-él… —balbuceé.

—No necesita decirlo, Lady Amace. —Se apresuró a decir Cyna, frunciendo el ceño a Lyssa.

Un tenso y silencioso minuto transcurrió. Lyssa ignoraba la molestia de Cyna, mi corazón retumbaba en los oídos, y al final, cuando cedí a la urgencia de cubrir mi rostro con la compresa, murmuré;

—Me beso.

Tontamente esperaba que ninguna hubiese escuchado, animada por el silencio que se extendió y extendió. Pero, de un momento a otro comenzaron a llover las preguntas.

¿Qué?

¿Cómo dijo?

¿No puede hablar en serio?

¿Y usted qué hizo?

¿Cómo se atrevió ese...?

¿Qué le dijo?

¿Qué patética excusa le dio?

Seguramente no lo permitió… ¿verdad?

Cuando lograron calmarse, me tomé un minuto para pensar bien en la respuesta que sin duda esperaban.

—Ya no importa —dije—. Él lo arruinó tan rápido como ocurrió. Así que, por ahora, no tengo intenciones de verlo.

Me quité la compresa y, poco a poco, me senté evitando sus ojos.

—¿Pueden decirle a los chicos que no le dejen entrar? —inquirí.

—Está bien, milady. Yo les digo —dijo Cyna, y luego se marchó llevándose consigo la fuente y las compresas mojadas.

Un silencioso minuto transcurrió, hasta que Lyssa se inclinó hacia mí envolviéndome en un fuerte abrazo.

Lágrimas cayeron de mis ojos y agradecí en silencio su gesto. Agradecí, profundamente, que ahí donde un abrazo de mi madre hacía falta, ella estuviese ahí. Me reconforté en la certeza de que, aunque mi vida no era ni un poco como imaginé que sería, todavía tenía un futuro por delante.

Aún tenía mucho por hacer.

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